Intentamos decir algunas cosas provechosas, a la vez que sencillas, sobre la oración, puesto que según Pablo VI está diciendo en repetidas audiencias, hace tanta falta a la humanidad y a la Iglesia.
Los cincuenta mil jóvenes de todo el mundo que se reunieron en Taizé el día 30 de agosto pasado son testigos de esta inquietud y búsqueda de la humanidad, como leía aquel joven negro ante esa multitud: “Cristo resucitado prepara su pueblo para que llegue a ser, a la vez, pueblo contemplativo, sediento de Dios, pueblo de justicia y pueblo de comunión.” Este concilio de la juventud mundial en un centro protestante constituye para los hijos de la Iglesia un grito de alerta, para esos hijos desorientados, dudosos, angustiados, y por fin pródigos errantes fuera del hogar paterno.
Dios quiera que todos los hombres entren “dentro de sí”, usando la frase de S. Lucas, 15,17, y que Sta. Teresa explica en su primera Morada, cap. 11.
Pero la oración no es fruta que pueda producir la tierra de la debilidad humana; viene de Dios, quien la infunde por medio de su Santo Espíritu en el corazón de los hombres. El diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por iniciativa divina: “El nos amó primero” (1 Jn.4,19) (Ecclesiam Suam 66). “En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (Dei Verbum, 21). También lo afirma S. Agustín: “Para que Dios fuese dignamente alabado por el hombre, se alabó El a Sí mismo” (Bula Divi. Affla. S. Pío X).
Toda la Sagrada Escritura es una conversación de Dios con los hombres por medio de su protagonista Israel y por su Hijo Jesucristo, tejiendo la historia que va realizando su designio de salvación sobre los hombres. Sólo en ella podemos encontrar las líneas básicas de la oración cristiana.
En el Antiguo Testamento encontramos oraciones preciosas. Los salmos son rezados todos los días por la Iglesia, y hemos de trabajar porque se haga popular el rezo de Laudes y Vísperas.
Abrahán porfía confiadamente con Dios intercediendo por la salvación de Sodoma y Gomorra (Gen. 18,20): Abrahán permaneció en pie en presencia de Yavé, y le dijo: ¿No perdonarás a estas ciudades por los cincuenta justos que hay...?” ¡Qué aires tan evangélicos tiene esta oración!
Moisés es un místico que se atreve a acariciar el rostro de Dios pidiéndole que se amanse contra su pueblo (Ex. 32,11).
El canto de Ana es parecido al Magníficat de la Stma Virgen (1 Sam. 2,1-10)
David baila fuera de sí ante el Arca arrastrado por el fervor de intimidad con Dios, y compone parte de los salmos que hoy rezamos en la Iglesia (2 Sam. 16, 22). Su hijo Salomón da gracias al Señor en oraciones elevadas y pide protección para el pueblo (3 Rey. 3,6-14; 6,1,ss; 8,23-16).
Judit ora por la salvación de Betulia ante la amenaza del ejército asirio, con una oración preciosa, modelo de confianza en Dios (9).
Es preciso dar un salto porque viene estrecho el artículo para enumerar aún las más importantes oraciones. Los salmos son expresión de todos los sentimientos de la oración cristiana: alabanzas, súplicas, acción de gracias, himnos, etc. No habrá sentimiento ni situación humana en los hombres de hoy, que no encuentren eco y solución en la lectura de los salmos. Maravilloso libro de oración para el hombre de la calle.
En todas las oraciones del A. T. aparece una fe firme en Dios único y verdadero que empuja a los siete hermanos Macabeos a derramar toda su sangre (2 Mac. 7) Miran a Dios como su padre y guía, que los protege y perdona. Para el pueblo de Dios ser israelita es ser religioso. Conduce a su pueblo por el desierto como el águila a sus polluelos, y los cobija bajo sus alas (Dt. 32,11; Sal. 90). Es un Dios personal; misterioso, oculto, pero no abstracto y amasado con sus criaturas, sino que vive fuera de ellas y para ellas; se aíra, ama, escucha, atiende (Sal. 44, 24-47). Es el Dios de la de la historia, Dios de todo el mundo. En Jerusalén está el centro de la religión del mundo (Sal. 98 y 136).
Jesús visita frecuentemente el templo de Jerusalén y se solidariza con las fórmulas y posturas con que oran los judíos; toma parte en las funciones de culto; pero su oración tiene un carácter personal del todo nuevo, independiente, con sentimientos hasta ahora desconocidos. Se dirige a Dios como a su Padre propio, identificado sustancialmente con El. Son una misma cosa (Jn. 10,30); su trato con el Padre es continuo, íntimo, confiado. Cuando habla con el Padre vive su ambiente. Este carácter de filiación e intimidad y confianza nos lo trasmite a los cristianos, nuestra oración ha de seguir la misma línea: Padre nuestro.
Jesús ora con mucha frecuencia; el evangelio nos habla de su Bautismo, en el desierto, antes de escoger a los apóstoles, en el Huerto, en la Cruz, y que se retiraba a lugares apartados para orar y hasta pasaba las noches en oración.
De la oración saca Jesús el conocimiento de la voluntad del Padre, las fuerzas para presentarse a sus enemigos en el Huerto, claridad de postura para huir de los triunfalismos de las multitudes que le siguen, y su entrega y sumisión a la voluntad del Padre hasta la muerte de cruz.
La oración de los apóstoles y de los primeros cristianos sigue las líneas de la oración de Jesús. El los enseñó cuando se lo pidieron. Su oración es dirigida al Padre siempre por Jesucristo, que constituye el centro de sus plegarias y asambleas. Es el Espíritu Santo el que ora en sus corazones con gemidos que no se pueden contar; también oran directamente al mismo Jesucristo. El matiz propio de la primitiva Iglesia es la oración comunitaria, aunque también oran individualmente; y sobre todo oran unos por otros (Hech. 2,42-47; Col.4,3). Quien medianamente conozca la Biblia recordará todos estos modos de oración que indicamos.
Hay mucho que decir y poco espacio. El complemento obligado de esta lectura será la lectura de las citas hechas. Si así lo haces, querido amigo, pondrás una buena base para ir formándote en el espíritu y hábito de la oración cristiana. Y además podrás leer con gusto y provecho los artículos sucesivos.