VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

14. ORACIÓN CRISTIANA II

 

¿SABEMOS HACER ORACIÓN?

 

                   La escuela donde los cristianos han de aprender a orar es el Antiguo y el Nuevo Testamento, como vimos en el artículo anterior; y Jesús es el Maestro, no hay otro. A Él tenemos que acudir repetidas veces, aun los que llevamos muchos años de oración, suplicándole: “Señor, enséñanos a orar”.

 

               La oración no es, por tanto, la expresión de un deseo, de una petición, de un afecto, nacidos de una reflexión meramente humana ante problemas terrenos, por buenos y altruistas que sean.

 

                   Tampoco es orar dar una clase, servir a hospitales, alegrar la vida a los tristes, solidarizarse con la situación caótica de los hermanos subdesarrollados. “Tampoco hace oración el que habla la lengua de los ángeles, o distribuye en limosnas todos sus bienes o entrega su cuerpo a las llamas hasta consumirse” (1 Cor. 13,1-3). Todo esto es bueno, y hay que ofrecerlo a los hombres con urgencia, pero no es oración.

 

                   Quede claro que no abogo por la oración de muchos cristianos que bendicen a Dios con los labios, pero no cumplen sus mandamientos (Mat. 7, 21). Ni tampoco afirmo que la práctica de esas obras humanitarias no acerquen a Dios y dispongan para la oración cristiana. Lo que aseguro es que la oración cristiana es otra cosa, que debe ir unida a toda esa proyección social, como el alma al cuerpo, pero sola no es oración.

 

ACTITUD SOBRENATURAL DE HIJO DE DIOS

 

                   La base de la oración es la vocación cristiana, realizada en el bautismo. Es el lenguaje de la familia de los hijos de Dios, el trato normal entre el Padre y sus hijos por y en Jesucristo. El hecho de haber sido bautizados es el que “nos introduce en la conversación eterna que sostiene el Padre con el Hijo en el Espíritu Santo”, según Schmaus, trat. de Gracia, pág. 400; “Es participación en la adoración, alabanza, acción de gracias y petición de Cristo. El auténtico orar sólo puede hacerse por medio de Cristo”. ¡Cuánta belleza y grandeza nos reporta la fe! ¡Y nos empeñamos en despegarnos de Jesucristo, como el niño orgulloso y díscolo que se suelta de la mano de la madre, y cae!

 

                   “Cuando oréis, habéis de orar así: Padre nuestro que estás en los cielos” (Mat. 6,9). Cristo ora porque es hombre, no como Dios. Entonces podemos y debemos hacer nuestras las mismas palabras y afectos de Jesús. Como la cabeza dirige los movimientos del cuerpo, Jesús inspira, penetra y eleva la oración de sus hermanos. Por eso la oración, de cualquier forma que se haga, es siempre y fundamentalmente un abrazo con el Padre Dios, elevación del hombre hasta Dios, coloquio con Dios, como la llaman S. Juan Clímaco, Damasceno y otros. Pablo VI, la llama respiro del alma, exigencia de vida, esperanza que no defrauda, incomparable experiencia de la Humanidad (24-10-74).

 

                   Aún cuando nuestra oración sea sólo de adoración y de alabanza, nunca queda sordo el Padre saboreando el olor de nuestro incienso, sino que siempre responde con un más fuerte beso de paz, de gozo y de fuerzas interiores, o con otros afectos que El sabe que necesitamos.

 

                   Gustavo Thils, en “Santidad Cristiana”, pág. 261, dirá que “en la oración tomamos conciencia de nuestra unión con Dios; actuamos nuestra conciencia de hijos de Dios, manifestando nuestros sentimientos filiales”. Por tanto, dos actitudes exige la auténtica oración: darnos cuenta de que somos hijos de Dios que estamos hablando con nuestro Padre que escucha con amor; y segundo, manifestarle nuestros sentimientos filiales con el corazón sólo, o también con la boca. Porque muchos cristianos viven en la Iglesia como esos hijos subnormales, que están en casa, pero no se dan cuenta de dónde están ni con quién conviven. O como aquellos que viven tan despistados que frecuentan su casa con la misma frialdad y rapidez que un hotel.

 

ES UN EJERCICIO DE FE ESPERANZA Y AMOR

 

 

         En el bautismo nos infundió el Espíritu Santo las semillas de estas virtudes juntamente con el nuevo ser de hijos de Dios. Estas virtudes en los principiantes de la vida cristiana actúan, poco más o menos, como la inteligencia y voluntad de un niño de corta edad. Con el crecimiento físico se van desarrollando también el conocimiento y la razón, va siendo más libre y acrecienta su posibilidad de amar sin tantos motivos sentimentales. Pues bien, la oración del cristiano cultiva la semilla de la fe y de la caridadsembrados por el Espíritu Santo el día de nuestro bautismo. Entonces quedamos injertados en Jesucristo, y su vida y sus acciones son nuestras. La oración riega ese injerto para que crezca y produzca los frutos de  las virtudes cristianas.

 

Sigamos reflexionando. La oración es como el fluido que recibe una estufa eléctrica, que poco a poco se va poniendo incandescente, o como el madero según S. Juan de la Cruz, que, envestido por el fuego, se convierte en brasa. Todos los hombres tienen entendimiento y voluntad, pero no todos se ejercitan mediante el estudio y el dominio propio. Pues así sucede con las virtudes teologales, que todos los cristianos tienen su semilla, por lo menos la fe y la esperanza, si no están en gracia, pero las tienen como las tienen, como está un grano de trigo en un montón de ceniza que no germina. Necesita tierra, agua, sol y cultivo. Pues la oración es todo eso para el cristiano. Como no hay oración se parecen nuestras ciudades y pueblos a los desiertos. Sólo hay unos pequeños oasis.

 

                   ¡Bendita oración que espabila nuestra fe, conocemos mejor a Dios y nos lanzamos con la esperanza sobre sus brazos amorosos, como el niño que espera a su madre y sabe que no le engaña. Y haciendo actos de amor nos ponemos al rojo vivo, como el hierro en la fragua. Solamente quienes experimentan lo que es la oración, pueden conocer la verdad de todas estas afirmaciones.

 

                   Pido al Señor que esta lectura toque tu corazón, querido amigo, quienquiera que seas, e hicieses un esfuerzo para bajar de la teoría a la práctica; porque a fuerza de leer y oír, nos vamos acostumbrando al sonsonete de la música de la oración. Vamos a pisar tierra respondiéndonos con sinceridad a estas preguntas en un intento de oración: ¿Tenemos experiencia de lo que es comunicarse de verdad con Dios? - ¿Cuáles son nuestras oraciones diarias? - ¿Son rutinarias, o conscientes y fervorosas?

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

ESCRIBIR PETICIÓN

Contacto:

Obispado de Orihuela-Alicante

Calle Marco Oliver, 5
03009 Alicante, España

Teléfono: +34 965 621 558

Móvil: +34 639 31 17 26

Email: CONTACTO

 REDES  SOCIALES

Versión para imprimir | Mapa del sitio
© Causa Diego Hernández