A veces se oye decir que la oración es una evasión o alienación, como una huida cómoda y cobarde, un dar la espalda a los problemas vitales y urgentes de nuestra sociedad. Algo así como una droga que nos hace soñar plácidamente en un mundo irreal. En lenguaje piadoso diríamos que la oración es un sintonizar con S. Pedro en el Tabor con un “bien estamos aquí”, mientras la mayoría de los hombres lucha cuerpo a cuerpo por echar al demonio de la opresión y del hambre en la falda real de ese monte ficticio. Las drogas están de moda.
La oración no es eso, claro está. Pero muchas veces los cristianos han dado pie, y aún damos en nuestros días, para que piensen así de nuestras oraciones y actos de culto. Es más, hay profesionales de la oración en nuestros días que, a fuer de acortarla, dejarla, adulterarla, y de no llevarla a la vida en nada, han caído en ese error, y se han convencido, y así lo propagan, de que la oración no sirve para nada... Ahora tenemos que preguntarnos: ¿dónde está la raíz de tanto mal en la Iglesia? Y la respuesta grita incontenible: en que hemos divorciado la oración de la vida.
DIOS REPRUEBA LA CONDUCTA DE LOS JUDÍOS
La finalidad del diálogo amistoso de Dios con los judíos es que le respondan en una conversación filial íntima y en una fidelidad absoluta a sus mandamientos; y en esta conversación y fidelidad encontrarán su felicidad en este mundo y en el otro. De lo contrario les amenaza con dejar de ser su pueblo, si se corrompen y obran mal. “El os reveló su alianza, que os mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en dos tablas de piedra”, les dijo Moisés (Deut. 4,21-28; 30,15-20).
Dios se indigna contra los que van al templo y ofrecen sacrificios, pero obran mal. “Quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda” (Is. 1,10-20). Se queja amargamente de su pueblo porque le honra con los labios, pero su corazón está lejos de El” (Is. 29,13-14). Por Jeremías le echa en cara el engaño en que viven cuando matan, roban, adulteran, perjuran, y después van al templo de Jerusalén a ponerse en la presencia de Yavé e invocar su nombre diciendo: “Ya estamos salvados”. Y Dios les recrimina: “Hacéis del templo una cueva de bandidos” (Jer. 7,8-11).
TENDENCIA DE LOS CRISTIANOS AL RITUALISMO
Los hombres somos sentimentales por demás. A los cristianos, amigos de la oración, lo peor que puede ocurrirles es que cuando hacen oración, les quede sólo un sentimiento de cumplimiento: “Ya tengo hecha mi oración, ya he cumplido hasta mañana que vuelva al mismo sitio, a practicar la misma rutina”. A cuántos nos cabe el reproche de Oseas; 6,4-6: “vuestra piedad es como nube de mañana, como rocío matutino, pasajero... Pues prefiero la misericordia al sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto”
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Jesucristo reprueba la conducta de los beatos, que rezan y no viven lo que rezan: “No todo el que dice, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre... Muchos dirán: ¿No profetizamos en tu nombre?... Y yo entonces les responderé: Nunca jamás os conocí, obradores de la maldad” (Mat. 7,21-23). Una religión de solas palabras y ritualismos no es la cristiana.
COHERENCIA ENTRE LA ORACIÓN Y LA VIDA
La oración es un ejercicio de fe, y “un principio de vida”, dice Pablo VI, y conocer la fe y no aplicarla a la vida sería una gran falta de lógica, sería una seria responsabilidad” (4,7,18). La vida de oración es un trato de amistad con Dios; en un lenguaje más expresivo y bíblico, diríamos que es un noviazgo entre Dios y el hombre, cuya finalidad es el matrimonio espiritual. Así lo expone el Cantar de los Cantares y los profetas Isaías, Oseas, etc. Los místicos no encuentran otra figura más apropiada para declarar sus relaciones afectivas y vitales con Dios. Pero sabemos que el matrimonio cristiano, signo del matrimonio con Dios, identifica los corazones, la vida, las riquezas, las alegrías, penas, todo.
La oración o lleva a la imitación de Jesucristo, o no es oración cristiana. Sta. Teresa se expresa así: “Pasaba mi vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra yo seguía el mundo. Dábanme gran contento las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Paréceme que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigo uno de otro, como vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mi, que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración, sin encerrar conmigo mil vanidades” (Vida, 7, 17 y 18).
A MIS HERMANOS Y HERMANAS
DE PROFESIÓN ORACIONAL
Los reproches y anatemas que acabamos de leer contra los que aíslan su oración de la vida quizás nos dejen tranquilos, porque nosotros procuramos vivir en gracia y estamos dedicados a cosas sagradas. Pero, con sinceridad, hay que mirar nuestra postura desde el ángulo en que se coloca Sta. Teresa en la cita anterior. Y entonces observaremos las exigencias del matrimonio en el que vivimos inmersos por nuestro celibato o virginidad, y nuestra entrega tacaña y fría, con la que no sacaremos a la Iglesia de apuros, si seguimos así.
Tenemos que hacer más oración, pero como estamos tan enredados con tantos trabajos, no tenemos tiempo ni ganas. Eso de “pasaba las noches en oración” se deja para Jesús. Pues si la oración identifica, hay que decidirse a subir con Cristo hacia el Calvario.