Me parece oportuno explicar el título la promoción espiritual del sacerdote, no podemos menos que mirar a la misión del Espíritu Santo en la Iglesia porque "los hijos de Dios deben ser conducidos en todo por el Espíritu de Dios" (Rom.8,14). De espaldas a la luz del Divino Espíritu, todos los caminos son tinieblas de confusión, naturalismo y egoísmo.
El Espíritu Santo, Señor y dador de vida, habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (1Cor.3,16;6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Gal.4,6;Rom.8,15-16 y 26) ... Con la fuerza del Evangelio la rejuvenece, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo, de forma que el oficio del Espíritu Santo en la Iglesia ha sido comparado por los santos Padres con la función que ejerce el alma en el cuerpo humano" (LG 4 y 7)
De modo especial se confirió a los sacerdotes mediante la imposición de las manos. Por tanto "no nos debemos ruborizar de la gracia que se nos dio, antes bien, tenemos que reavivarla, conforme al consejo de Pablo a Timoteo (2Tim.1,6) El apóstol indica a Timoteo (1Tim.1,15) cómo tiene que portarse en la casa de Dios que es la Iglesia de Dios viviente, columna y cimiento de la verdad". Y da la razón, porque Cristo es el misterio de la religión, que se hizo visible en la carne, y fue acreditado por el Espíritu, visto por sus heraldos, predicado a las gentes, creído en el mundo y encumbrado en la gloria".
El Espíritu escoge a quien quiere para componer con Cristo y en Cristo el instrumento de su acción renovadora en el mundo. Nadie se puede seleccionar a sí mismo, ni tampoco la comunidad puede nombrar al templo e instrumento del Espíritu Santo, donde ha de hacerse presente para enviarle con su soplo vivificante. "Nadie se arrogue tal honor, sino el que es llamado por Dios" (Heb.5,4). Así lo expresó Cristo: "No sois vosotros los que me habéis elegido...(Jn.15,16), pues ni Él mismo se ha elegido, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado" (Heb.5,5).
La llamada del Espíritu y la fidelidad del sacerdote en palabras y obras a las exigencias del Espíritu constituyen su espiritualidad, que debe tener siempre presente y desarrollar con constancia y cuidado exquisito. Las crisis sacerdotales provienen del hecho de desenchufar la propia mente y el corazón de este rayo de luz enviado por el Padre y el Hijo.
"La acción del Espíritu es de espiritualización, en frase de S. Juan de Ávila, como la de Cristo fue de encarnación, porque nos levanta a unidad de gracia". No viene a desencarnar ni a angelizar a los sacerdotes, sino a infundirles su fuerza pentecostal y regeneradora para dar vida a los hombres, como canta la Iglesia: "Lava lo que está sucio, riega lo seco, sana lo enfermo.." Y así "el sacerdote que se abre al Espíritu tiene dentro de sí un consejero, un ayo, un administrador, uno que te guíe, que te encamine y te acompañe en todo y por todo" (S.J.de Ávila.Trat.del Espíritu S.)
El Espíritu se nos infunde y obra en nosotros por el instrumento y sacramento fontal que es Cristo. No viene la savia directamente de la raíz al sarmiento, sino a través del canal de la vid: "por nuestro Señor Jesucristo". Entonces como la acción santificadora del Divino Espíritu está ya existencializada y perfeccionada plenamente en Cristo, en Él y por Él tenemos los sacerdotes el molde y el camino de nuestra promoción espiritual, porque nadie va al Padre sino por Cristo (Jn.16,6). En la obediencia a las exigencias de Cristo y a su evangelio, y a nadie más, hallaremos la madurez humana y sacerdotal, "hasta que se forme plenamente en nosotros" (Gal.4.19), y seamos para el pueblo signos auténticos de Cristo" (P.O.12)
Pero visiblemente el Espíritu habla, dirige y santifica por la Iglesia. El Papa, los Obispos, sacerdotes y fieles son la Iglesia. Como un árbol frondoso, la Iglesia se compone de tronco que es el Papa, sobre el que gravita el peso de la Iglesia; de unas ramas principales, y de otras menos recias, a las que están unidas las ramitas y todo el follaje del árbol. Los Obispos con el Papa, ayudados por sus sacerdotes en colaboración y corresponsabilidad, sostienen al pueblo de Dios. Y, mediante este árbol gigantesco, produce el Espíritu Santo sus frutos más ricos y abundantes para alimento de todo el mundo. Por tanto, si la Iglesia son los mismos sacerdotes, será todo lo santa que ellos sean, y tendrá también toda la decrepitud y vejez que ellos posean.
En consecuencia no se puede ser apóstol de los demás si no se es apóstol de sí mismo. No podemos pensar en una reforma que tranquilice las conciencias de los que viven según el mundo, sino conformando la vida a las enseñanzas de Cristo, mirando antes y sobre todo, hacia dentro, y no tan sólo hacia afuera. El sacerdocio se nos da para santificar, pero los sacerdotes no son instrumentos inconscientes que puedan eximirse de esta ley natural: no beber de su misma fuente quien da de beber a los demás, según dice S. Bernardo.
La promoción espiritual del sacerdote ha de partir del ejercicio y desarrollo de la virtud que especifica su vocación, la caridad pastoral. La conciencia viva y activa de nuestra condición de Buenos Pastores, que han de dar en cada momento la vida por las ovejas, debe ser el principio influyente y actualizador de toda la espiritualidad sacerdotal. Su oración, pobreza, castidad virginal, humildad, etc. han de ir selladas, a fuer de auténticas, por la caridad pastoral.
Pablo VI nos dio a los sacerdotes españoles y a los del mundo entero un (...) de enganche en la vida y doctrina de San Juan de Ávila vividas hoy. ¿Estamos agradecidos los sacerdotes españoles al Señor y al Santo Padre que ha hecho la (...) de la canonización de nuestro Santo Patrono enganchándonos con la mente y el corazón a la doctrina y vida de San Juan de Ávila?