S. S. Pablo VI, en el Exhortación “Paterna cum benevolentia” (8-12-74), ha dicho que “la finalidad primordial, que se propuso el 9 de marzo de 1.973, en la homilía en que anunció el año santo, fue la reconciliación que, fundada sobre la conversión a Dios y sobre la renovación interior del hombre, debe lograr sanar las rupturas y los desórdenes que sufre hoy la humanidad y la misma comunidad eclesial”. Pero, en esta labor pastoral sobre todo el pueblo de Dios, los sacerdotes ocupamos el puesto preferente, y con más urgencia que a nadie, se nos exigen los frutos de una profunda y generosa renovación y reconciliación, cual cumple a los educadores en la fe y a los pastores de la grey del Señor. “El pastor camina delante y le siguen las ovejas; a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él” (Jn.10,4–5). ¡Qué responsabilidad la nuestra, si por falta de reconciliación y unidad en las filas de los pastores, vivieran dispersos nuestros rebaños parroquiales; y quienes deben ser expresión permanente de la Iglesia como cuerpo de reconciliados (Ef.2,14), constituyeran para los no creyentes un antitestimonio de discordia y desintegración cristiana!
“Es una necesidad vital, indica el Papa en el citado documento, el que todos en la Iglesia, obispo, sacerdotes, religiosos y laicos, participen activamente en un esfuerzo común de reconciliación plena, porque, en todos y entre todos, sea reconstruida la paz, alimentadora del amor y engendradora de unidad”. Yo os invito a meditar frecuentemente en ese documento, cuya parte doctrinal y práctica sobre la reconciliación en el interior de la Iglesia son de máxima importancia y urgencia para el pueblo fiel. A vosotros sin embargo, prefiero proponer ahora a vuestra consideración unos puntos prácticos y vitales sobre los que debe basarse nuestra reconciliación sacerdotal. Pidamos al Señor que sea una realidad visible y consoladora, con el esfuerzo de todos, aquella visión del Papa Juan XXIII: “Entre las universales solicitudes del supremo pontificado nos conforta muchísimo el espectáculo de compacta unidad y de maravillosa armonía que el clero diocesano ofrece a nuestra mirada. Como antorcha colocada sobre el candelero, como ciudad elevada sobre el monte, es una fuerza pacífica y generosa, que con sólo su ejemplo edifica a las almas y hace resplandecer de luz radiante la obra santificadora de la Iglesia”. (Exhortación a la U.A.. Ecclesia nº 923-1.959).
RECONCILIACIÓN CON DIOS MEDIANTE LA VIDA DE ORACIÓN.
Hemos de tener en cuenta que solamente mirará como hermanos a todos los sacerdotes quien sienta a Dios como Padre por su íntima, constante y fervorosa comunicación con Él. A este tal ni la simpatía ni la antipatía le traicionarán; no preferirá a los “suyos”, mientras despreciará a los “otros”, porque a todos, sin discriminación, los tendrá por “nuestros”. La amistad, apoyada solamente en lazos de tipo humano, no es promotora de reconciliación cristiana y universal, sino más bien de grupos aislados e irreconciliables, que son la antítesis del signo eclesial. “La reconciliación, una vez recibida, es como la gracia y la vida, un impulso y una corriente que transforma a sus beneficiarios en promotores y transmisores de la misma” (Paterna cum benevolentia).
Nuestro mal está muchas veces en que damos por supuesto la vida de oración y de intimidad con Dios. Pero más bien hay que probarla con horas en blanco ante el Sagrario; la experiencia personal es la única prueba fehaciente. De imaginación y buenos deseos no se vive, sino de realidades constatadas, porque nadie da lo que no tiene. De esta fuente nacerá la paz interior, pues “para los alejados de Dios no hay paz” (Is.48,22), y la paz de la Iglesia ha de ser ante todo interior, del corazón, fundada en el trato de amistad con Dios, según Sta. Teresa (Vida,8,5). Así nos enseña también San Ambrosio: “Comienza la paz por ti, a fin de que cuando tú mismo seas pacífico puedas llevar la paz a los demás” (In Luc.5,58; P.L.15,1737).
La vida de comunión con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, tiene siempre fresca y operante la fraternidad sacramental y pastoral de los sacerdotes, no la deja envejecer y endurecerse, y consiguientemente tiene siempre en el corazón y en la boca el perdón para las ofensas, más bien piensa lo que no son, la comprensión y el disimulo para los defectos de sus hermanos, el olvido para los detalles que puedan distanciarles y la aceptación pronta y gozosa de todo lo que les pueda unir; la convivencia pacífica y armoniosa en un pluralismo sano como miembros colaboradores de un mismo cuerpo de pastores. Y todo esto lo realizará porque es la voluntad del Padre y del Hermano Jesucristo, conocida y saboreada en la oración ininterrumpida.
Todo enfriamiento en la fe y en la caridad para con Dios tiene como consecuencia necesaria la decadencia en el amor a los hermanos. Cuando existe una meta común de perfección sacerdotal y se suman los esfuerzos para alcanzarla, se estrechan mucho más los corazones de los sacerdotes; es más, la convivencia floreciente de una comunidad sacerdotal hay que medirla por el ideal de perfección evangélica y de animación hacia la santidad: “Yo en ellos y tú en mí para que sean perfectamente uno” (Jn.17,23).
RECONCILIACIÓN EN LOS CRITERIOS Y SENTIMIENTOS.
Lo que pide el Apóstol a los Filipenses (2,1-4) tiene que ser posible para todos los cristianos. Ahora bien, las razones poderosas que expone para mover sus corazones a darle este consuelo, indican las dificultades que encuentra nuestro egoísmo en doblegarse ante el bien exclusivo del prójimo. Hemos de estar dispuestos “a saber resistir y aún renunciar no sólo a las veleidades personales, sino también a las ideas que pudieran parecer e incluso ser justas y geniales. La unión que recomendamos, son palabras de Pío XII, es fruto del amor, y el amor es siempre sacrificio parcial y completo, pero dulce y fecundo de lo que tenemos y somos” (14-2-56. Ecclesia, nº 765).
¿Quiere decir que todos hemos de identificarnos en los cristianos? En puntos sustanciales de doctrina y gobierno, sí. Y en las cosas mutables que miran a circunstancias concretas es cuando hay que abordar su aplicación en coloquio fraternal, dispuestos de antemano a sacrificar los propios juicios “no haciendo nada por rivalidad ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismos buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás” (Fil.2,3-4).
Pablo VI reconoce “un legítimo derecho a la ciudadanía en la Iglesia al pluralismo de investigación y de pensamiento que de distinta forma explora y expone el dogma, pero sin eliminar su idéntico significado “objetivo”. Reconoce el pluralismo en el campo de la espiritualidad cristiana, de las instituciones eclesiales y religiosas. Admite el hecho de que un equilibrado pluralismo teológico encuentra fundamento en el mismo misterio de Cristo. Sin embargo, los diversos acentos y grados en la comprensión de la misma fe no dañan a sus contenidos esenciales, puesto que están unificados en la común adhesión al Magisterio de la Iglesia” (Paterna cum benevolentia).
El sano pluralismo está exigiendo a voces una tensión constante de comprensión y reconciliación (Rom.12,4-13). El sacrificio de nuestras ideas personales en aras de la unidad y convivencia fraterna, lleva consigo una carga enorme de eficacia santificadora. La cesión y aquiescencia en ciertos puntos discutibles puede reblandecer la dureza ideológica y el egoísmo en materia de pastoral del compañero sacerdote. “Si el grano de trigo muere producirá una espiga de reconciliación” (Jn.12,24).
RECONCILIACIÓN EN EL TRATO AMISTOSO.
Los sacerdotes nos amamos, pero debemos amarnos más. “En esto conocerán que somos los primeros discípulos del Señor” (Jn.13,35). Machaconamente lo repetía San Juan en los últimos años de su vida: “Hijitos míos, amaos los unos a los otros, porque es el mandamiento del Señor, y si lo cumplís, os basta”. Es preciso que demos ante el pueblo el testimonio del amor mutuo entre el clero. Este amor debe evitar, en primer lugar, juicios malévolos contra cualquier sacerdote, pensamientos de rechazo habitual o de venganza, contradicciones y actitudes hostiles o de frialdad. Dios nos libre. Todo lo contrario, hemos de estar dispuestos a rechazar positivamente toda crítica, más aún, a defender al hermano contra todo ataque exterior. Ojalá pudiésemos decir como Sta. Teresa: Vínose a entender que adonde yo estaba tenían seguras las espaldas” (Vida,6,3). Además, nuestra casa debe estar abierta sin distinción a todo sacerdote como lo está para los hermanos carnales.
“Llevados del espíritu fraterno no olviden los presbíteros la hospitalidad, cultiven la beneficencia y comunión de bienes” (P.O.8). A este propósito se está trabajando decididamente, como sabéis, en la implantación de la Caja de Compensación Sacerdotal en la Diócesis, cuyo anteproyecto se os ha enviado a todos para su estudio Sin embargo, es de desear y de alabar que os adelantéis con otras formas más íntimas y generosas de vivir la comunidad de bienes entre los sacerdotes más cercanos por ministerio pastoral. Las diferencias económicas son un obstáculo para la reconciliación, obstáculo que hay que suprimir con el desprendimiento, compartiendo con los hermanos los propios bienes, y no las sobras.
Con Pío XII os diré todavía más: “El amor os hará prever lo que vuestros hermanos necesitaren de vosotros; solícitos en proveer, diligentes en prevenir hasta sus propios deseos. Por ejemplo: un hermano vuestro tiene necesidad de consejo y de aliento y espera quizás un socorro urgente. Salidle al encuentro ofreciéndole generosamente cuanto esté a vuestro alcance, seguros de que ayudar a un sacerdote, sostenerlo y animarlo e incluso amonestarlo afectuosamente es, entre las obras divinas, la más divina, la más grata a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote” (cita hecha).
Un punto muy interesante y eficiente de reconciliación es la amistad fundada en la ayuda espiritual, prestándose a la mutua dirección espiritual, a administrar el sacramento de la reconciliación, a la convivencia en retiros espirituales, cuando todos reunidos en oración en espera del Espíritu del Señor convertís vuestra estancia en un verdadero Cenáculo. Una vez más os invito y expreso mi deseo y gozo de ver a todos mis sacerdotes reunidos junto a su Pastor en los días de Espiritualidad. Se os ofrece una ocasión oportuna de oración personal y de revisión mensual, a la vez que de reconciliación en comunión con los hermanos, pues ésta atrae del cielo un mayor cúmulo de gracias que, ciertamente, no las tendréis actuando individualmente.
RECONCILIACIÓN EN LA PASTORAL.
¿Por qué no superar los conceptos individualistas de “mi parroquia, mi pastoral, mis asociaciones, mis métodos”, por el bien de la Iglesia? Nos hemos de convencer de que es más pastoral el trabajo unido, concorde y conjuntamente realizado, que todas las ideas maravillosistas y deslumbrantes, pero concebidas individualmente y realizadas en solitario. Quizás la causa por la que no se consiguen las metas, a que todos aspiramos, es la de vivir demasiado aislados e independientes, y no pedir ni ofrecer la ayuda al compañero, guiados posiblemente de un vano temor a que compartan con nosotros el triunfo y el prestigio, o a que nos lo arrebaten. Quizás también por un egocentrismo desmedido y falta de confianza con el hermano. Nada más absurdo, como lo demuestra la experiencia. Sed prontos y obsequiosos en conjuntar vuestras fuerzas apostólicas, respondiendo generosamente a las llamadas o simples insinuaciones de vuestros hermanos.
A veces vivimos distanciados porque no nos tratamos. ¡Cuántos castillos levantados por nuestra imaginación, vendrían abajo con una conversación serena y constructiva! Entonces nos damos cuenta de que coincidimos en la misma finalidad y en muchísimos métodos. Defectos siempre encontraremos: es condición de la Iglesia peregrina, pero “el amor todo lo soporta y todo lo excusa” (1Cor.12,7). “Es necesario, nos dice Pablo VI, que seamos todos tan virtuosos y humildes que podamos estar juntos, tolerarnos, perdonarnos, reconciliarnos y tratar de construir de acuerdo con un plan que propone quien tiene la responsabilidad. Tratemos todos de interpretar la misma música y de tener la humildad de aglutinarnos con los demás y de multiplicar el afecto de nuestro esfuerzo pastoral y apostólico, justamente por la suma, por la coincidencia, por la correspondencia que tiene el uno con el otro. Tratemos de integrarnos juntos para vivir la vida eclesiástica justamente con esta ayuda fraternal, leal y desinteresada. Esta es la comunión” (A los sacerdotes de Roma, 10-2-75).
“Y si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, dice San Juan de Ávila, seremos tan poderosos que venceremos al demonio en nosotros, y libertaremos al pueblo de los pecados” (1ª plática a los clérigos de Córdoba. Obras, BAC III, Pág. 375).