VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

Rvdo. Agustín Sánchez Manzanares

Don Diego Hernández. Personalidad y Teología

 

De la teología a la personalidad creyente

 

Indudablemente se puede estudiar el alma de Don Diego sin entrar en detalles de su doctrina teológica, pero no se pueden olvidar sus largos años de profesor, de director espiritual y de guía de almas. Nadie pretende presentarnos a un pintor sin presentarnos sus pinturas. Raramente encontraremos un sacerdote que  a una actividad tan intensa junte una vida tan contemplativa. Es conocida la tesis de Urs Von Balthasar[i], y de otros autores, sobre la unidad entre teología y santidad. Según es la personalidad creyente tal es la teología que hace, y determinada teología es expresión de la talla de la personalidad creyente; simplemente es la necesaria relación entre misterio, mística y teología. Don Diego consigue, a nuestro parecer, la mencionada unidad según se extrae de sus escritos, de su docencia y de su dirección espiritual.

 

Es evidente el arraigo teológico de la vida espiritual de Don Diego. Quien ha seguido su magisterio académico y personal encuentra en su persona la transformación de profesor de Ascética y Mística en profesor de Teología Espiritual. Don Diego entra en un concepto unitario de Ascética y Mística, elaborando muy anticipadamente una Teología Espiritual más articulada, más teológica y más vital. A partir de la lectura del Concilio Vaticano II hay un cambio en su camino espiritual personal como en su camino teológico-espiritual. Don Diego asume personal y académicamente los núcleos de la espiritualidad conciliar: llamada a la santidad, renovación en el Espíritu, fuentes de la vida espiritual (movimientos bíblico, litúrgico y patrístico), inserción en el mundo, experiencia cristiana de Dios y espiritualidad de comunión. Al mismo tiempo, sigue ahondando en la fuentes de la espiritualidad y de la mística: San Juan de Ávila[ii], San Teresa de Jesús[iii] y San Juan de La Cruz[iv], del mismo modo reflexiona con autores traducidos de lengua francesa y con el movimiento sacerdotal de Vitoria.

La espiritualidad que Don Diego aconseja y explica es la de las tres miradas desde y en Cristo: al Espíritu Santo, a la vida personal y a los hombres[v], teniendo en cuenta la antropología de la espiritualidad[vi] y la acción del Espíritu Santo; es una espiritualidad de “encarnase”[vii]. Al mismo tiempo, defiende la unidad y la vidriera multicolor de la única espiritualidad cristiana[viii], pero pide armonía y amor entre las personas espirituales, cuyo criterio indiscutible de ser tal espiritualidad soplo del Espíritu es la humildad y la caridad de tales espirituales[ix].

 

El haber devuelto a su teología la unión fundante con las fuentes le lleva a una concepción de la experiencia cristiana, de la mística, que no tiene nada de pura subjetividad sino que está fundada sobre el contenido de la Palabra. De este modo, guía a los dirigidos a la verdadera experiencia cristiana, que tiene, a la vez y en armonía, contenido (fides quae) y vivencia, interiorización o apropiación personal (fides qua), evitando así, ya en aquellos tiempos, los dos extremos: pura subjetividad o pura objetividad en la vida espiritual; de este modo, armoniza las dos dimensiones de la experiencia cristiana, de la mística, de la teología espiritual. Para él la espiritualidad cristiana es “vivir a Jesucristo”[x], lo primero y lo último en el camino de la vida espiritual, “conocerle con amor”[xi] y “amarle de obra y de verdad”[xii]. Cuando un pensador cristiano piensa teológicamente con seriedad, regla y mide la valía de su pensar por el misterio de Cristo.

 

Tres binomios mutuamente enriquecidos aconsejaba Don Diego, dando unidad a la experiencia cristiana que promovía en sus dirigidos y superando una espiritualidad infundada en su contenido, no pensada y desconectada de la teología. El primer binomio que sugería Don Diego era “lectura y reflexión”[xiii], y a esta lectura reflexiva le añadía “despacio”[xiv], “digerir”[xv], “los muchos libros distraen, pocos y bien digeridos”[xvi], porque si no hay lectura detenida o digerida la acción pastoral o la predicación “daña” o “martillea”[xvii] como platillos que aturden los oídos; la lectura y la reflexión, decía, “disponen al Señor”[xviii]; este consejo, la lectura espiritual meditada y sosegada, ya lo encontramos en los maestros del espíritu, para los cuales ciertamente la oración es más que la lectura, pero la lectura con esas características es alimento de la oración y del proceso cristiano. 

 

El segundo binomio de Don Diego se transforma en la fórmula “orar y estudiar”[xix], que son para él “las dos alas para volar”[xx], o también en la fórmula “estudiar lo que predicas”[xxi], pues no basta con preparar el riego, sino que hay que regar con agua[xxii], con contenido, con espíritu; su teología era un acto de adoración y de oración, ya que  la oración es la única actitud objetiva ante el misterio; jamás, decía, el creyente debe alejarse de la actitud inicial de la oración al entregarse al estudio. Hay que pensar con rigor y con exactitud, pero hay que pensar haciendo justicia al tema, que es el misterio de Cristo.

 

El tercer binomio de Don Diego toma la formulación “oración y sacrificio”[xxiii]; este binomio era usado por él en dos posibles sentidos: oración sin mortificación no aprovecha[xxiv], porque la búsqueda de Jesucristo en la oración está precedida y acompañada de la ascesis y de la purificación de los propios errores, pecados y del egoísmo, de este modo, ese “sacrificio” está incluido en las condiciones internas de la oración cristiana; pero también tenía otro sentido o dimensión adjunta este binomio que era la natural conexión entre crecimiento en la oración y crecimiento en las virtudes y en seguimiento del Señor: “No se tome el pulso por la oración, ni por modos de piedad o de apostolado, sino por convencimiento de carácter y negación de sus gustos y deseos. Arremeta contra su yo, y todo le irá bien. El Señor le dará lo que le haga falta”[xxv]; de este modo Don Diego seguía el pensamiento clásico de los maestros del espíritu de que a grados de oración deben ir unidos grados de vida[xxvi] para ser auténtica oración de y en Cristo, para autentificarla.

 

Estos tres binomios no son paralelos sino mutuas transformaciones de un único proceso de crecimiento espiritual armónico de toda la persona creyente. Todo se puede resumir en la concepción que Don Diego tiene de “formación”, para él “formarse” es cambiar de pensar, y, por tanto de actuar, para obrar como Cristo[xxvii]. Don Diego pertenece a lo que podemos llamar “personalidades totales” porque enseñaba lo que vivía, con una unidad tan directa que no conocía el dualismo entre teología y espiritualidad. Podríamos hablar del teólogo total, del teólogo santo. Para él la teología era contemplación, y, con ello, será tanto más objetiva, profunda y amplia.

 

De la personalidad creyente a la teología

 

Se puede afirmar que la teología espiritual que Don Diego aconseja y explica depende y está sellada por el arraigo místico, espiritual, en su propia personalidad sacerdotal: enseña y aconseja desde su vivencia del misterio de Cristo. La persona hace o escribe teología según su personalidad creyente; su experiencia creyente es el lugar teológico de su teología. Por ello, es necesario  analizar hondamente la experiencia creyente de Don Diego como punto de referencia más específico del análisis de su teología espiritual. La teología de Don Diego fue una teología orante, implorada, que no está en contraposición de la teología auténtica, estrictamente científica. Don Diego no cayó en la tentación siempre posible de pasar de la teología de rodillas a la teología sentada, ni de la pastoral orante a la pastoral exclusivamente agente.

 

El Concilio Vaticano II nos indicó que el avance en la comprensión del dato revelado, del misterio de Cristo, se obtiene no sólo por la reflexión teológica, sino también por la experiencia espiritual de  los cristianos[xxviii]; el místico, el santo, es el mejor teólogo, el mejor hermeneuta de las formulaciones teológicas de la verdad revelada, de la mente y de los sentimientos de Cristo. Hoy la teología, general y sistemática, ve en la experiencia de los santos el locus theologicus privilegiado de la comprensión del misterio de Cristo desde su vivencia personal. Por ello, la experiencia creyente personal de Don Diego es la clave para entender la teología que explica y aplica. Don Diego ha transformado desde esa experiencia el conocer, el esperar y el amar, cuyo primer fruto es la unidad interior o el centramiento en Dios; esta unidad interior no es sólo cualquier unidad de orden o de horario, exterior, sino que tal unidad del corazón surge de vivir la presencia de Dios dentro del alma y de hacer la voluntad del Padre en la vida personal y diocesana.

 

Este centramiento o unidad interior lleva a Don Diego a fecundar su vida y su ejercicio ministerial: surge un hombre serenado que acepta y conoce las miserias de los sacerdotes, de las religiosas, de los laicos y de nuestra propia diócesis, pero al mismo tiempo tiene y promueve la esperanza teologal; muestra dedicación a lo esencial del ministerio presbiteral y desprendimiento de la propia obra y tarea, según lo ordena la autoridad diocesana; gran fruto es este desprenderse de su propia obra con libertad interior, sólo madura en quienes entran a fondo en el seguimiento y vivencia del misterio de Cristo. Sólo así Don Diego fue fecundo, gran oyente y sensato consejero para unos y para otros, para unos sacerdotes y para otros, para unas pastorales y para otras, para unas teologías y para otras: todos podían acceder a él. Lo cual no es pura diplomacia eclesiástica sino que el alma cristiana de Don Diego había adquirido muchas armonías no fáciles de lograr en quien no es fecundado por el Espíritu, después de una larga tarea personal de combate de la fe y de un proceso presbiteral madurante.

 

Un camino para los presbíteros

 

Dos preguntas nos debemos hacer los presbíteros ante la figura de Don Diego: ¿seremos capaces de hacer una lectura teológica de la experiencia sacerdotal de Don Diego?, ¿seremos capaces de hacer una experiencia sacerdotal de la teología espiritual de Don Diego? Sea cual sea el discurso teológico-pastoral del presbítero, la personalidad creyente de Don Diego es un ejemplo de la tesis de la unidad deseable en el sacerdote de teología y vida cristiana, de teología y experiencia creyente, de ciencia y piedad, de comprender y vivir. Don Diego  nos hace reconocer la hermosa fecundidad de esta nupcialidad en la persona del presbítero y en su ejercicio ministerial, porque el acto espiritual, la vivencia del misterio, la mística, transforma la teología en vida y la vida en teología; al movimiento de comprender el misterio debe ir unido el de vivirlo, “saber de Dios en vida convertido”[xxix], “experiencia de Dios fue vuestra ciencia”[xxx]  y sólo la ciencia con piedad edifica (Cf. I Cor 8, 1-2), pues la ciencia sin piedad infla y la piedad sin ciencia yerra; la “vanitas” es una categoría teológica, en la que se incluyen todos los valores no orientados honestamente a Cristo aunque hablen de Cristo; es alejarse del centro de gravedad del misterio y dejarse conducir hacia la periferia, la curiosidad, la vanidad humana o la autoafirmación personal; camino reiteradamente advertido a sus dirigidos por Don Diego .

 

La fecundidad duradera de los presbíteros se debe a que los fieles vean en la vida de ellos una manifestación directa de su doctrina, un testimonio del valor  de ésta, como es el caso de Don Diego. La reflexión sin adoración, la ciencia sin caridad, la inteligencia sin humildad, el estudio sin unción del Espíritu no era suficiente para Don Diego, pues sólo es sabio o docto el que aprendiendo vive lo aprendido. En su persona, en su docencia, en su consejo y en sus escritos Don Diego consigue una armonía que sus místicos preferidos afirmaban: “letrado, ejercitado y experimentado en las cosas de Dios”[xxxi], “buen entendimiento, experiencia y letras”[xxxii]. Este es, pues, el testamento espiritual de Don Diego para los sacerdotes: santidad y teología. Esta unidad de vida y de saber capacita para convertirse en auténticos pastores. 

 

 

 



[i]Cf. Verbum Caro. Ensayos Teológicos, vol. I, Encuentro-Cristiandad, Madrid 2001, pp. 195-223.

[ii]Cf. Siervo de Dios Diego Hernández González. Tuyo en Cristo. Selección epistolar, Publicaciones del Obispado de Orihuela-Alicante, Alicante 2002, nn. 514, 519. En adelante TEC.

[iii]Cf. TEC, nn. 512, 513.

[iv]Cf. TEC, nn. 512, 513.

[v]Cf. Siervo de Dios Diego Hernández González, Espiritualidad hoy, p. 11. En adelante EH.

[vi] Cf. EH, p. 12.

[vii]EH, p. 25.

[viii]Cf. EH, p. 13.

[ix] Cf. EH, p. 16.

[x]EH, p. 19.

[xi]EH, p. 20.

[xii]EH, p. 21.

[xiii] TEC, nn. 507, 508, 512, 518,

[xiv]TEC, n. 507.

[xv]TEC, nn. 507, 521.

[xvi]TEC, n. 521.

[xvii]TEC, n. 515.

[xviii]TEC, n. 510.

[xix]TEC, n. 1005.

[xx]TEC, n. 1017.

[xxi]TEC, n. 1016.

[xxii]Cf. TEC, n. 1026.

[xxiii]TEC, nn. 1028, 1030.

[xxiv]Cf. TEC, nn. 564, 569, 588, 591.

[xxv]TEC, n. 574.

[xxvi]Cf. SANTA TERESA DE ÁVILA, I M 1, 8; II M 1, 2. 3.7.; III M 1, 5; 2, 2. 13; V M 3, 7-8; 21, 101.

[xxvii]Cf. TEC, n. 20.

[xxviii]Cf. DV 8.

[xxix]LH, vol IV, p. 1560.

[xxx]LH, vol IV, p. 1560.

[xxxi]SAN JUAN DE ÁVILA, Audi, filia, c. 55.

[xxxii]SANTA TERESA DE JESÚS, Vida 13, 16.

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

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