¡D. Diego era un santo! Fue mi paisano, pues el que le escribe es natural de Jabalí Nuevo. Le preparé, siendo yo seminarista, para ingresar en el Seminario Conciliar de San Fulgencio de Murcia, enseñándole catecismo, gramática y matemáticas.
Fue monaguillo en la Parroquia. De padres muy cristianos, de buen entendimiento, muy simpático; y era tal la amistad que nos unía que, en las vacaciones, no podíamos pasar el uno sin el otro.
Sería demasiado prolijo si hubiera de contar todas las experiencias de muchachos que se han tratado como hermanos.
Ya hechos sacerdotes cada cual nos tocó una parcela en la diócesis de Cartagena, y tal era el celo apostólico de D. Diego que, además de servir la pequeña parroquia de la Fuensanta, en el campo de Lorca, se dedicaba a dar ejercicios espirituales de San Ignacio en convento de religiosas, a sacerdotes y en misiones populares.
Yo desempeñaba mi ministerio en Singla, campo de Caravaca, y, habiéndome infeccionado por la comida de pescado en malas condiciones, me salieron una gran cantidad de granos y me recomendaron unos baños sulfurosos en la playa de Lorca y, como allí estaba de cura mi buen amigo D. Diego, allí que fui a hospedarme en su casa, durante los días de mis baños, que era una semana; mas me dijo el mismo día y hora que llegué que sentía no poder acompañarme en esta semana por tener que dar ejercicios en otro pueblo, y ordenó a su hermana Pura que me cuidase bien durante su ausencia. ¡Qué buen trabajador! No tomaba jamás vacaciones en su apostolado por comodidad.
Un consejero formidable y jerárquico cien por cien, como me lo acreditó el día que le conté la injusticia que se cometió conmigo por varias personalidades diocesanas del obispado de Murcia, consistente en que, a pesar de ser aprobado en el concurso a parroquias el año 1.954 y, estando vacante la parroquia de Moratalla, no se me dio en propiedad, y tuve que ir a Moratalla como cura ecónomo. Pues mi querido paisano me habló y aconsejó de tal modo como una prueba que Dios me daba, porque escribe derecho en renglones torcidos. Así fue, pues en los 17 años en que he sido cura de Moratalla me ha ido muy bien y me vino como anillo al dedo.