Conocí desde la infancia, por ser paisanos y amigos íntimos desde nuestra juventud a don Diego, por lo que tengo el honor de exponer todo cuanto siempre observé:
1º Desde pequeño, antes de que ingresase en el Seminario, fue un niño entusiasta de la Iglesia de Cristo, que nos servía de modelo a los demás jovencitos que lo tratábamos, haciéndose de querer y estimar por sus dones de bondad y ejemplaridad en todos los órdenes.
2º Cuando ingresó en el Seminario de Murcia, mi convivencia con él fue siempre en época de vacaciones, que a todos los jóvenes seglares que sentíamos en nuestro corazón la idea del Señor, nos edificaba, nos alentaba y formaba para ser verdaderos seguidores de Cristo, si no como sacerdotes, como seglares practicantes de la Religión Católica.
3º Nunca le pudimos observar ninguna prueba de indignidad, de desesperación, de mal humor ni de malos tratos, e incluso con jóvenes que eran fríos en la Fe. Bien entendido que nos predicaba con el ejemplo de bondad, caridad y humildad, porque ya desde pequeño llevaba en su ser el Don de Santo, de verdadero Santo, sin mancha de mal alguno.
4º En plena Guerra Civil, el Señor nos juntó nuevamente en el Batallón Disciplinario de Trabajo Nº 3 que primero nos tuvieron en Huescar de Granada, después de paso por Baza y, finalmente en la Alpujarra, coincidiendo los dos en la primera Compañía; allí estuvimos haciendo una carretera, pernoctando primero en la venta del “Tarugo” y después avanzados los trabajos permanecimos en el cortijo de los “Solvilaneros”.
Dormíamos juntos cada uno en un saco de paja, en las cuadras (establos) donde nos pasaban las ratas y ratones continuamente. En dicho trabajo formábamos pareja, él con la pala y yo con el pico. Estábamos condenados por el Gobierno de la República a trabajos forzados por ser Católicos, ya que, tanto él como yo, no éramos políticos y los cargos que nos imputaban eran de ser peligrosos para aquel régimen calificado de marxista, de ateos y anticristianos; allí nos decían, a Diego “el pintor”, porque era muy aficionado al dibujo caricaturista, y a mi me decían “el fraile”.
Una anécdota muy interesante a mi entender fue, que un célebre día nos llamó el Comisario y el Capitán con un cabo que se llamaba Santalla, y nos dicen: “tenemos referencias de vosotros por mediación de una paisana vuestra que nos ha informado que sois buenas personas y que el estar aquí castigados ha debido ser una equivocación”, (esta señorita era novia por correspondencia del cabo Santalla y ésta sólo le dijo que se trataba de buenos chicos sin comentar que éramos Católicos y sí manifestando que no éramos políticos), motivo por el cual nos ofrecieron la dirección de los trabajos a Diego de ayudante y a mi capataz de los trabajos que estábamos realizando.
Como yo siempre fui influenciado por los criterios de Diego que siempre fueron acertados, aceptamos el cargo, ya que los que había antes (compañeros nuestros de cautiverio) nos trataban muy mal, nos obligaban a trabajar mucho más de lo debido poniéndonos destajos enormes, etc., por ganarse méritos con aquellos malvados. A partir de la fecha en que nos hicimos cargo de este cometido, valiéndonos de que el Ángel de la Guarda nos proporcionó conocer a una familia residente allí en la Alpujarra, padres y hermanos de un soldado que yo conocí en el Regimiento de Artillería Ligera Nº 6 de Murcia, donde presté mi servicio militar ordinario, con destino de profesor en la escuela de analfabetos, y que tuve la suerte de enseñar a leer y escribir (entre otros) a un soldado llamado Juan Amat Brau de dicha Alpujarra. Al recordar el hecho de este soldado coincidió que un día que salimos cuatro presos custodiados por un soldado, pidiendo limosna para poder alimentar a los más necesitados que se morían de hambre (proposición que hizo Diego por sus tantas virtudes), encontramos casualmente a un chico que nos aclaró ser hermano del tal Juan Amat, ofreciéndonos ir a su cortijo para suministrarnos de lo poco que tuvieran, ya que nos consideró acreedores de ello; manifestando que allí la comida estaba muy escasa para los malos, pero para nosotros tenía la seguridad que sus padres nos darían de lo que tuvieran. Tras seguir a este chico en un recorrido no menor de ocho kilómetros, encontramos a la familia Amat, quien nos recibió con gran alegría y aparte de darnos de comer nos facilitó alimentos para los necesitados.
Conseguimos que los destajos fueran más pequeños, con el consiguiente beneficio para todos, también consiguió Diego hacer una distribución equitativa de aquellos alimentos. Recuerdo la frase que le dije a Diego: “Diego, tú eres el que tiene que distribuir los alimentos porque tengo la seguridad que serán aumentados como el Señor aumentó el pan y los peces...” A partir de aquellas fechas bien demostró que cuando no teníamos nada para comer sólo impartía entre todos la palabra resignación, Fe ciega en Dios y perdón a los que nos tenían allí procurando ganar el Cielo; pero todos los alimentos los distribuía cuando disponíamos de ellos como si hubiera sido un Ángel del Cielo. Ni que decir tiene que todos los que permanecíamos a su lado ampliamos fielmente nuestras obligaciones Cristianas que nos eran posibles.
5º A la liberación pasamos a la zona nacional por Órgiba (Granada), después de muchas odiseas, entre otras, nos intentaron matar a todos, pero el Ángel de la Guarda nos salvó y nos situó en zona nacional. A nuestra llegada a Granada, como íbamos juntos Diego y yo, nos dieron hospedaje en el Seminario donde permanecimos una noche, recordando con mucho cariño la amabilidad con que nos trataron los superiores y el detalle del sacerdote D. Jesús Madrid que nos dio cien pesetas, y a la salida del Seminario, después de cumplir nuestras obligaciones religiosas y desayunar, pasamos por una tienda y compramos longaniza y pan para sobrealimentarnos por el hambre que habíamos pasado. Después nos encontramos con dos seminaristas, D. Juan Pérez Navarro y D. Juan Martínez Sánchez, hoy Coronel Capellán Castrense de Aviación, y los cuatro nos vinimos a Murcia a unirnos con nuestras familias.
6º A partir de aquellas fechas, cada uno seguimos la trayectoria a que nos guió el Señor: Diego al sacerdocio y yo a la vida civil, y dado a lo distante que nos encontrábamos, nos vimos escasas veces, sólo cuando coincidíamos en el pueblo casualmente.
7º Un día que vine al pueblo, pregunté al Señor Cura Rvdo. Sr. D. Mariano Martínez Ruíz (q.e.p.d.) y le manifesté mi deseo de ver a D. Diego, accediendo a que fuésemos a Villena a verlo, donde pasamos unas horas gozando de la alegría que él disfrutaba e impartía. Recuerdo una anécdota: nos dijo su hermana Pura que estaba con él: “a ver si podéis convencer a mi hermano para que me dé algún dinero y poder comprar comida, porque estamos pasando hambre, ya que todos los ingresos que tiene los da a los pobres”.
8º Resumiendo: A juicio del que suscribe, D. Diego fue un verdadero Santo, ya que desde que nació era la bondad personificada, caritativo, humilde, pobre y cristiano ferviente, todo esto antes de ser sacerdote; mas después de ser Ministro del Señor, fue sacerdote ejemplar, humanitario, ejerciendo su ministerio como Dios lo manda, y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que Diego desde que tuvo uso de razón oyó la Palabra del Señor que le dijo: “Si quieres seguirme coge tu cruz y sígueme”, y así lo hizo.
Francisco Pérez