El crisol purificador de las enfermedades no podía faltar a un espíritu enteramente centrado en Dios, y así, a partir del infarto del 29 de septiembre de 1963, siguieron otras dolencias: a principios de 1964 es operado de vesícula, 4 de noviembre de 1971 es operado de próstata; enferma de hepatitis tóxica por una transfusión de sangre el 28 de diciembre de 1971, pasa un mes en un hospital de Murcia y está en Javalí recuperándose hasta junio de 1972 que vuelve al Seminario para despedir el curso de los seminaristas y así siguió trabajando de manera incansable hasta su inesperada muerte.
Terminada su última Misa, el domingo 25 de enero, se le rompió el cáliz que era en su exterior de barro, se fundió la bombilla del Sagrario de la sencilla iglesia parroquial de Rabasa, y en la cena con los seminaristas partió una barra de pan en unos trozos por ser imprevisiblemente la última de la despensa. Había sido un domingo lleno de actividad apostólica. Después de escribir algunas cartas, poco antes de la medianoche sintiéndose con un dolor intenso en el corazón, un vecino con un seminarista le trasladó al Sanatorio Perpetuo Socorro de Alicante donde murió en la madrugada del lunes 26 de enero de 1976. Era el día de S. Timoteo, discípulo de S. Pablo. LAUS DEO.
“Señor, dame vocación de mártir, para ser quemado todo en tu gloria”.
La inesperada noticia de su fallecimiento, se divulgó con rapidez por toda la Diócesis de Orihuela - Alicante así como en la de Murcia y el resto de España. Se realizaron tres celebraciones exequiales: en la Parroquia S. Pablo de Alicante presidida por el Rector del Seminario–Teologado Rvdo. Vicente López, en el Seminario diocesano de Orihuela presidida por el Obispo diocesano Mons. Barrachina y en la Parroquia de su pueblo natal presidida por el Obispo diocesano Mons. Azagra. Numerosa fue la congregación de fieles, mayormente de sacerdotes, seminaristas y religiosas, los cuales aunque muy entristecidos, estaban alentados por la sensación general y compartida de saber, que había muerto un sacerdote “santo” al modo de S. Juan de Ávila. Los seminaristas le pusieron una corona de laurel encima del féretro “esto es muy significativo, ha muerto como un héroe, como mártir, al pie de sus deberes de Padre de las almas, de sus amados seminaristas a quien no perdió de vista nunca y se sacrificó hasta dar la vida”.
El Obispo Pablo Barrachina en su emotiva homilía del Seminario de Orihuela dijo: ”...también quisiera que fuera como un acto de gratitud al Señor y de reconocimiento por habernos deparado este ejemplar sacerdote que acaba de fallecer... D. Diego estaba tan enamorado de ese sacerdocio, que era sacerdote siempre... Era celo. Era entusiasmo. Era perfume. Era como la orla del manto del Señor que pasa junto a nosotros... Quería ser semejante a Jesús... Siempre Cristo. Para todos Cristo. Y nada más que Cristo... Desead ser como él”. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Javalí Nuevo.