De una forma o de otra la Sagrada Escritura encarece la necesidad de que los hombres examinen sus obras a la luz de la ley del Señor, hasta comparar el alma que no se mira a la viña y campo del perezoso e insensato, donde abundan los cardos y las ortigas (Prov. 24, 30).
Jesús reprende al que ve la paja en el ojo ajeno y no mira la viga en el suyo (Mt. 7, 1-5). Recomienda la vigilancia y la oración (Mt. 26, 41). San Pablo exige revisión de la propia vida para comulgar, y nos dice que si nos juzgásemos a nosotros mismos no seríamos condenados (1Cor. 11, 28 ss.), y recomienda examinarnos para ver si estamos en la fe, si somos auténticos en nuestras obras, y para no engañarnos creyendo que somos algo no siendo nada (2Cor. 13, 5; Gál. 6, 1-3; Cor. 3, 10-15).