Para andar con pie firme en el camino de la espiritualidad cristiana, es preciso conocer la de Jesucristo, por ser fuente y modelo de toda espiritualidad. La Humanidad de Cristo con sus facultades humanas, espirituales y sensibles, y rodeada de las circunstancias sociales en que vivió, actuó siempre conforme le inspiraba el Espíritu Santo. Cristo es hombre perfecto y Dios perfecto, y su Humanidad está santificada por la unión con el Verbo de Dios, pero a su vez es también "aliento del Espíritu Santo, porque de su plenitud de vida divina habíamos de recibir todos los cristianos como miembros de una misma cabeza".
Así lo afirma Jesús, aplicándose a sí mismo la profecía de Isaías: "Hoy se cumplen en Mí estas palabras de Isaías: El Espíritu del Señor que está en mí, me consagró. Los evangelistas nos dicen que fue formado por el Espíritu Santo en el seno de María; y lleno del Espíritu Santo es llevado a impulsos del mismo, al desierto y a Galilea. Dios ungió de Espíritu Santo y de poder a Jesús de Nazaret, el cual recorrió el país haciendo bien y curando a todos los vejados por el diablo, por cuanto Dios estaba con El".
El texto anterior nos da la pista del segundo elemento, o manifestación, de la espiritualidad de Jesús; su actuación humana y constante en favor de los hombres. Oigámosla de boca del mismo Cristo: "Le preguntaron los discípulos de Juan: ¿eres tú el Mesías?... Contestó: Id, y decid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados".
Pero no podemos olvidar, como parte fundamental, la santidad de vida de Jesús, su ejercicio de virtudes, el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta el punto de que "nadie puede acusarlo de pecado porque hace siempre lo que le agrada". Por tanto en la espiritualidad de Jesucristo destacan estas tres miradas, al Espíritu Santo, a su vida personal y a los hombres.
De la espiritualidad de Jesucristo deducimos que la espiritualidad cristiana no se puede confundir con la mentalidad humana a secas, nueva o vieja, con sistemas y formas de renovación social por honrados que sean, con las decisiones de ciertas reuniones de hombres, civiles o eclesiásticos al margen del Espíritu, preocupados de la transformación de estructuras e individuos, y que constituyen las múltiples corrientes que cruza hoy el mundo en todas direcciones.
La espiritualidad cristiana tiene su origen en la influencia renovadora del Espíritu Santo que actúa en los cristianos y en el mundo a través de Jesucristo. Pero el Espíritu Santo tiene también en cuenta nuestras posibilidades humanas, la variedad de sicologías, las circunstancias ambientales y sociales en que se realizan los hombres, es decir todo lo que hemos recibido de Dios creador. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la purifica y la eleva. Todas las personas, sucesos y cosas del mundo son obreros o instrumentos en las manos del Espíritu Santo, con que va labrando nuestra espiritualidad y transformándonos en testigos de Cristo para representarle, presentarle realmente, ante el mundo en que vivimos.
Jesús nos habla de esta misión del Espíritu Santo: "Cuando viniere el Paráclito que yo os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que del Padre procede, él dará testimonio de mí y vosotros también daréis testimonio, ya que desde el principio estáis conmigo”. De donde se sigue que “cuantos se dejen conducir por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios, y quien no tiene el espíritu de Cristo no es de Cristo".
No todos los deseos de renovación social e institucional, humana o religiosa, son inspirados por el Espíritu Santo. Hay enemigos de Dios que a su modo defienden y propagan dicha renovación. A muchos se podría decir lo que Cristo a Santiago y Juan cuando pedían fuego del cielo para los de Samaria por no haberles recibido: "No sabéis de qué espíritu sois". Y S. Juan en su 1ª: "No se puede dar fe a cualquier espíritu. Antes examinad los espíritus a ver si son de Dios porque se han presentado a los hombres muchos falsos profetas". Entonces la piedra de toque para valorar la espiritualidad cristiana es el Evangelio, lo que dijo e hizo Jesucristo, fidelísimo al Espíritu Santo, no interpretado a capricho sino examinado por quien tiene el encargo del Maestro: "Id y enseñad a todas las gentes". Los Hechos de los Apóstoles están llenos de pasajes donde se hace mención expresa de la influencia del Espíritu Santo en la primitiva Iglesia. "La Iglesia crecía vigorizada por el Espíritu Santo.
Lo mismo que el rayo del sol, al pasar por una vidriera multicolor, se descompone en tanta diversidad de colores, así Cristo siendo uno, el mismo ayer, hoy y en todos los siglos aparece al mismo tiempo multicolor en los distintos cristianos que se revisten plenamente del mismo. S. Pablo lo dice expresamente: "Hay diversidad de carismas pero un mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor. Hay diversidad de virtualidades, pero el mismo Dios quien obra todas las cosas en todos. Os ruego con todo el empeño de una exhortación en Cristo y de una recomendación de caridad; en gracia de que nos une un mismo espíritu; por el efecto entrañable que me profesáis. Colmad mi gozo, viviendo concordes, teniendo una misma caridad, un espíritu, idéntico sentir".
Hay que saber distinguir entre lo esencial y accidental en la espiritualidad cristiana, entre lo inmutable y lo que puede cambiar según la época y el territorio. Una sola cosa es esencial "revestirse de Cristo"; y otra accidental, vestir este o aquel hábito o vestido, actuar en este o aquel apostolado.
Por tanto lo fundamental y común para todas las espiritualidades es todo lo que pertenece al depósito de la fe que guarda la Iglesia como revelación del Espíritu Santo. Su misión es revelar a Cristo auténtico en cualquier tiempo y circunstancia, y realizar la unidad de la fe dentro de la Iglesia, como el alma une los miembros del cuerpo humano, según la Lumen Gentium 7.
Los puntos de coincidencia, sin ánimo de ser exhaustivos, son: la fe en Dios personal, creador del mundo, uno y trino; en Jesucristo Hijo de Dios, redentor de los hombres; en la Virgen Santísima, Madre de Dios; en la Iglesia y su Cabeza, tal como salió de las manos de Jesucristo; en los sacramentos instituidos por Cristo y administrados por la Iglesia; en el valor de la oración litúrgica e individual, vocal o mental, no en los métodos; en la práctica de la mortificación cristiana, necesaria para vivir virtuosamente, o voluntaria y generosa para asemejarse más a Cristo paciente; en el ejercicio de las virtudes, mirando siempre el modelo de Cristo, especialmente de la humildad, cuyos signos más auténticos son la obediencia y la pobreza de bienes materiales. Y como expresión de todo este bagaje interior, el apostolado, la entrega sin condiciones a los cojos, ciegos, paralíticos, muertos y pobres, materiales y espirituales, donde quiera que existan, sin fronteras ni limitaciones, con la sola finalidad del Maestro: "Para que tengan vida y la tengan muy abundante".
Espiritualidad, por tanto, que falle en alguno de estos puntos esenciales, ¿cómo puede asegurar que se mantiene unida al Espíritu Santo, si no piensa ni obra como Cristo?