VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

4. “HAY QUE ENCARNARSE”

 

               Vivir a Cristo profundamente, como exponía el artículo anterior, exige necesariamente comunicarlo a los hermanos. Éste, y no otro, es el fin de la encarnación cristiana. Esta palabra es muy traída y llevada hoy en los ambientes clericales y religiosos; y, en honor a la verdad, se hacen esfuerzos sorprendentes para realizarla en los medios humanos actuales, de los que algunos consideran a la Iglesia desencarnada. También es verdad que no siempre se maneja esta palabra con el sentido cristiano que contiene, ni tampoco han seguido la línea cristiana auténtica algunas de las experiencias hechas.

 

               Es una realidad bastante compleja en lo que se refiere a casos concretos, o quizás nosotros la acomplejamos más abocándonos a un pluralismo anarquista; pero dentro de los límites de la Revista intentaremos dar unas ideas claras. Es obligado partir del molde de toda encarnación: Jesucristo el Hijo de Dios encarnado. Dedicaremos estas líneas a unas reflexiones muy sintéticas sobre lo que nos dice el evangelio de este modelo, y dejaremos para otra ocasión las aplicaciones concretas que la vida de hoy exige a todo cristiano, sea además sacerdote o religioso. Porque ante todo hemos de mantener sin vacilaciones que toda encarnación cristiana tiene que seguir la línea de Cristo, puesto que los cristianos somos el buen olor de Cristo para todos los hombres (2 Cor. 2,15).

 

JESUCRISTO TIENE MISIÓN DEL PADRE

 

               La Encarnación del Hijo de Dios no es invento de los hombres, ni se ha realizado a petición de los mismos. “No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él mismo nos amó primero a nosotros, y envió a su propio Hijo, propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4,10). Es obra del amor salvador de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo” (Jn. 3,16). Y el Hijo, consciente de la voluntad del Padre, exclama al entrar en el mundo: “He aquí, oh Dios, que vengo a cumplir tu voluntad” (Heb. 10,7). “Y se hizo hombre, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único” (Jn. 1,14). Por eso Cristo declara abiertamente que “no hace nada por sí mismo sino sólo lo que ve que hace el Padre, y según lo que oye transmite” (Jn. 5,19-30). La misión de Cristo al mundo no fue el lanzamiento de un cohete espacial, sino el torrente que fluye continuamente de una fuente. “El que me ha enviado está conmigo; no me deja solo”. Y Jesús le corresponde: “porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8,29). S. Pablo dice que fijemos nuestra consideración en aquel a quien veneramos como Apóstol (enviado) y Pontífice de nuestra fe, Jesús. El cual es fiel a quien así le instituyo” (Heb. 3,1).

 

               Por las palabras de Jesús a través del cap. 8 de S. Juan, se ve claramente que consideraba sustancial a su vida la dependencia del Padre hasta en los más mínimos detalles.

 

EL HIJO DE DIOS SE HIZO IGUAL QUE LOS HOMBRES

 PERO A LA VEZ DISTINTO

 

               S. Juan en su 1ª carta 1, anuncia acerca del “Verbo de la vida, el que existe desde el principio; y le hemos oído, y le hemos visto con nuestros ojos, y le hemos contemplado, y nuestras manos le han tocado”. El Verbo se encarna en una naturaleza humana, que toma de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, y la eleva a la dignidad de Hijo de Dios.

 

               Pero en la Humanidad de Cristo no acaban los efectos de la Encarnación; la Humanidad es el trampolín desde donde saltará a todos los hombres para hacerlos como El, hijos de Dios. “Nos dio poder de hacernos hijos de Dios, pero El será el primogénito entre muchos hermanos” (Jn. 1,12; Rom. 8,29).

 

               S. Pablo en la carta a los Hebreos, 2, 16-18; 4,15, describe al detalle las circunstancias de la Encarnación: “Es evidente que no a los ángeles vino a prestar ayuda sino al linaje de Abrahán. Y por esto fue menester que se hiciera en todo semejante a los hermanos para que fuera misericordioso y fiel pontífice en lo concerniente a Dios y expiar los pecados del pueblo. Efectivamente por cuanto El mismo sufrió la prueba puede prestar auxilio a los que la pasan. Por cuanto no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas; antes bien a excepción del pecado, ha sido probado en todo, igual que nosotros”. Come con los pecadores; respeta las leyes que venía a derogar; se circuncida; manda a los leprosos a presentarse a los sacerdotes. Vive oculto treinta años, sin hacer nada que llame la atención, como atestigua S. Mateo, 13, 59: “Maravillándose decían sus paisanos: ¿De dónde le viene tal sabiduría? ¿Acaso no es el hijo del carpintero?”.

 

               Pero a la vez es diferente. En efecto, tiene en todo momento conciencia viva de que es el Hijo de Dios, y obra como tal, lleno de gracia y de verdad. El puede decir, ¿quién es capaz de echarme en cara un solo pecado? Todo lo hace bien, no busca otra cosa que la gloria del Padre. Es verdaderamente diferente de los hombres. Los hombres no son así. Como la levadura es distinta de la masa que la hace fermentar, Cristo es distinto por la fuerza divina transformadora que lleva dentro de sí.

 

               Deja su casa y oficio y se entrega exclusivamente a predicar una doctrina de amor y de salvación. Vive pobre sin tener dónde reclinar su cabeza. Es virgen, sin familia: su madre y sus hermanos son los que hacen la voluntad de su Padre. Es obediente hasta la muerte de cruz. Verdaderamente Cristo es diferente de los demás. Los hombres no obran así. ¿Podría redimir un preso a los compañeros de cárcel? Cristo no vino sólo a humanizar a los hombres, aún para esto debía ser distinto, sino a divinizarlos. Tenía que ser el Hijo de Dios y perfecto hombre.

 

CRISTO SE ENCARNA EN LOS HOMBRES,

ESPECIALMENTE EN LOS POBRES,

HACIÉNDOLOS HIJOS DE DIOS

 

               Así como el Verbo diviniza la Humanidad de Jesucristo uniéndose personalmente a ella, Cristo hace a los hombres hijos de Dios infundiéndoles su gracia, que es una participación de la vida de la Santísima Trinidad. Cristo está presente y actúa misteriosamente en la vida de los cristianos. Por eso las acciones de los cristianos son de Cristo. “Hemos sido consepultados con Cristo, morimos y resucitamos con Cristo en el Bautismo”. La suerte de la vid es la de los sarmientos.

 

               Esto es el fin de la encarnación, multiplicar la familia Iglesia, y enseñar a los hombres cómo deben vivir en la tierra, cara al Padre y a los hermanos.

 

               Pero los preferidos en este llamamiento son los pobres, los enfermos, los oprimidos por la injusticia; estos son los llamados a la Cena (Lc. 14,16). La señal de que es el Mesías, el enviado del Padre, es que los pobres son evangelizados. Es condición esencial a la Encarnación vivir entre los pobres para enriquecerlos con la filiación divina primero y como consecuencia perfeccionarlos como hombres, perfección que no consiste en la abundancia de medios materiales, sino en lo suficiente para poder vivir como hijo de Dios. Por eso predicó a todos la pobreza del corazón, para que nadie considere como propios los bienes de la tierra, sea que los tenga o que no posea nada.

 

JESUCRISTO MIRA CONSTANTEMENTE

AL PADRE Y A LOS HOMBRES

 

               El Verbo instituyó un puente entre Dios y los hombres. Pero Jesús no es un puente muerto sino vivo y consciente en todos los momentos de su vida, con un estribo en el seno del Padre, y otro en el mismo corazón de los hombres. Es Dios como el Padre y hombre como los hombres.

 

               Como Hijo amante y sumiso está siempre atento a la voluntad del Padre, es una misma cosa con El. Así lo enseñó a sus hermanos en el Padre nuestro. Por este motivo, como hombre, se mantiene en continua comunicación con Dios por medio de la oración. Pasaba las noches en oración. La oración era esencial a la vida de Jesús. En ella conoce cual es la voluntad de su Padre en cada momento del día.

 

               Por otra parte miraba con amor eterno a los hombres. En sus personas, anhelos y aspiraciones legítimas veía Jesús la expresión de la voluntad divina. No se trata de dos miradas distintas y sucesivas, sino de una sola con efecto amoroso hacia los hombres. S. Juan de Ávila lo expone así: “Vemos que cuando un tiro de artillería echa una pelota con mucha pólvora y fuerza, y la pelota resurte a soslayo de donde va a parar, tanto con mayor ímpetu resurte cuanto mayor furia llevaba. Pues si aquel amor del alma de Cristo para con Dios llevaba tan admirable fuerza- porque la pólvora de la gracia que le impelía era infinita-, cuando, después de haber ido derechamente a herir en el corazón del Padre, resurtiese de allí al amor de los hombres, ¿con cuánta fuerza y alegría volvería sobre ellos para amarlos y remediarlos? No hay lengua ni virtud criada que esto pueda significar.” (Trat. del amor de Dios, BAC minor, pág. 128).

 

               Dicen algunos que de aquí atrás hemos orado cara al sagrario y de espaldas al prójimo. Bien, ¿y ahora? Pues ni antes ni ahora oramos como oraba Jesucristo. Quien prescinda de una de estas dos miradas será un beato o un socialista, pero no un cristiano encarnado en la línea de Jesucristo.                              

 

 

 

 

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

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