VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

11. LA VIRGINIDAD

ES SIGNO

DE PROXIMIDAD A DIOS

 

 

               Ya se sabe que la virtud que une con Dios es la caridad. Pero la caridad tiene sus signos en los que se manifiesta. Se conoce, dice San Pablo 1 Cor, 13, 4, en la paciencia, en la amabilidad; sin embargo no hay caridad si existe envidia o enemistad, jactancia u orgullo, etc.. La Iglesia es el signo de la presencia de Dios entre los hombres; y los sacramentos son señales de la acción salvadora de Cristo. Pero los signos de Cristo santificador no se limitan a los siete sacramentos, porque los pobres y los enfermos, dice el Concilio Lumen Gentium 8, son imagen de Cristo pobre y paciente. Del mismo modo la virginidad, aunque no es uno de los siete sacramentos, sí está reconocida y proclamada por Cristo en el Evangelio y por la Iglesia pública y litúrgicamente por la profesión solemne, como signo y sacramento de proximidad y parentesco con Dios y de consagración directa a su servicio sin pasar por el matrimonio y por otras estructuras.

 

               Las religiosas prolongan en la vida de la Iglesia a la Santísima Virgen, su figura y modelo, y hacen posible y visible ante el mundo la virginidad y maternidad espiritual de la Iglesia. Por tanto, no se puede comprender a las religiosas si no se comprende la misión de la Virgen Santísima y de la Iglesia, pues “en el misterio de la Iglesia que con razón es llamada también Madre y Virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre” (Lumen Gentium 3). No es de extrañar que se dude de la misión auténtica de las religiosas cuando se pone en tela de juicio la misma naturaleza de la Iglesia.

 

               La Sagrada Escritura nos habla de cómo Dios escoge mujeres vírgenes o infecundas como colaboradoras de sus designios de salvación sobre los hombres. Recordemos a Sara, esposa de Abrahán, Ana madre de Samuel, Isabel madre de Juan Bautista. Estas mujeres son signos de especial intervención de Dios en orden a la economía de la salvación; y sobre todas está la Santísima Virgen, pobre de todo apoyo humano, pero llena de Dios y de su gracia, que ha mantenido relaciones únicas de fecundidad espiritual con el Espíritu Santo. En esta línea están las vírgenes consagradas.

 

 

LA VIRGINIDAD ES UN ESTADO PERMANENTE

 

               La virginidad es un estado matrimonial con Dios. “Los príncipes de la Sgda.  Teología Sto. Tomás de Aquino y San Buenaventura, apoyados en la autoridad de S. Agustín, enseñan que la virginidad no goza de la firmeza propia de la virtud si no nace del voto de conservarla siempre intacta” (Sacra virginitas). La virgen entrega a Cristo su afectividad erótica, que las casadas entregan al propio marido en orden a engendrar hijos para formar la familia humana. La religiosa ofrece a Cristo esa zona de su corazón. Su afectividad sexual queda sin ejercicio, sacrificada. Pero no pierde nada su tendencia e instintos maternales, antes bien se perfecciona; es más, ensancha los límites de su maternidad, maternidad que necesariamente empequeñece y concretiza a los hijos que le da el hombre a quien entregó su corazón y su cuerpo como esposa.

 

               Por consiguiente, si la entrega a un hombre es indisoluble, ¿el compromiso de amor con Cristo puede tener menos consistencia y estabilidad? ¿Acaso el amor a Cristo es menos fuerte, la vida que engendra menos real y trascendente, y los hijos que nacen de este matrimonio menos queridos y sus necesidades menos sentidas e inapreciables? Ante la actual desbandada de religiosas, es preciso invitarlas a reflexionar sobre su ligereza o irreflexión cuando escogieron a Cristo como esposo, o sobre las causas de su enfriamiento en este matrimonio: ¿Falta de trato amoroso con el esposo, o desilusión en el apostolado, o bache de egoísmo y de comodidad? Pensad en las causas de los divorcios humanos.

 

 

LA VIRGINIDAD ES MATERNIDAD FECUNDÍSIMA

 

               La virgen por el reino de los cielos, religiosa o seglar, engendra por su unión con Cristo en fe y amor (Lumen Gentium 63). No es menos madre que las madres de la tierra, ni sus facultades quedan subdesarrolladas, antes bien alcanzan un campo más amplio y fecundo, y adquieren más plenitud, como dice el Concilio (Perfectae Caritatis12). Mientras las madres temen los muchos hijos, la virgen pide al Señor muchos más que sus fuerzas y cuidados corporales podrían atender, porque cuenta con las manos potentes de su oración y sacrificio que, unidas a las de Jesucristo, alcanzan fuerzas infinitas. La religiosa sabe que su maternidad no consiste principalmente en la acción, sino en la oración y el sacrificio. La religiosa no sujeta sus ansias de amar a tres o cuatro hijos, sino que está libre para amar a todos los redimidos por Cristo; y mientras una madre terrena ni puede ni quiere arrancarse de su casa, la religiosa está disponible para volar a cualquier continente, para tomar en los brazos y ofrecer sus caricias a negros y a blancos, porque todos se los ha dado su esposo Jesús. Las ternuras de su corazón maternal no llevan el sello del egoísmo, antes bien están sueltas para entregarlas a los más necesitados, y por ellos no duerme, les da alimento y pide de puerta en puerta, y aguanta sus desprecios con tanta constancia y alegría como una madre natural, y ama sin discriminación ni preferencias a todos por igual, porque el amor, que dirige e impulsa su afectividad humana, es sobre todo el amor con que Cristo los ama en la cruz.

 

               Ningún resorte humano deja de poner en juego, porque Dios la ha hecho mujer y ama con sus encantos femeninos, besa, acaricia y abraza a quien debe, pues son signo de la amabilidad de Jesucristo. El único sacrificio que le pide es su amor sexual por ser incompatible con el ejercicio cristiano en toda su plenitud evangélica de las demás facultades maternales.

 

LA IGLESIA NECESITA VÍRGENES Y MADRES,

RELIGIOSAS Y SEGLARES

 

               El mundo y la Iglesia necesita de corazones auténticos de madres. ¡Cuántas madres lo son porque engendran hijos y los alimentan y nada más! Pero son innumerables los niños abandonados material y espiritualmente, los enfermos y ancianos de quienes nadie se preocupa, los jóvenes de ambos sexos que necesitan orientación cristiana en la vida que se les abre. De los cinco continentes se levantan gritos de angustia, sobre todo del tercer mundo, pidiendo auxilio para sus cuerpos y para sus almas. Son innumerables los necesitados de promoción humana, de conocimiento de Jesucristo, de los caminos de la salvación. Muchos hijos hay que esperan madres que se ocupen de sus almas, de su vida de gracia y de su perfección cristiana. Es tema inmenso, como para no acabar.

 

               Urge despertar también a la llamada de Dios, a las jóvenes que se sienten inclinadas a consagrar su virginidad a Dios y a los hermanos en una vida seglar. No todas han de enrolarse necesariamente en una comunidad religiosa. Pueden tener otros medios para conservar su fidelidad. Por supuesto no puede confundirse la virginidad seglar con una soltería piadosa, sino que hay que considerarla dentro del mismo camino de las religiosas, entregadas, por tanto, a la oración y al apostolado en medio del mundo. La consagración es la misma, aunque sólo dependa de una dirección espiritual privada. Aquí hay tema para otro artículo.

 

¿Os dais cuenta del papel de las religiosas activas y contemplativas en el mundo y en la Iglesia? Por eso gritaba el Papa Pío XII hace 25 años: “Hoy quisiéramos tan sólo dirigirnos a aquellos, sacerdotes o seglares, predicadores, oradores o escritores que  no tienen ni una palabra de aprobación o de alabanza para la virginidad consagrada a Cristo; a aquellos que, desde años, y a pesar de las advertencias de la Iglesia, y en contra de su pensamiento, conceden al matrimonio una referencia de principio sobre la virginidad; a aquellas que incluso llegan a presentar el matrimonio como el único medio capaz de asegurar a la personalidad humana su desarrollo y su perfección natural.

 

               Los que hablan y escriben así sean conscientes de su responsabilidad delante de Dios y de la Iglesia. Es preciso incluirles en el número de los principales culpables de un hecho – disminución de las vocaciones religiosas femeninas- , del cual Nos no podemos hablar sino con profunda tristeza” (Alocución a los Superiores Generales, 15-9-52).

 

               Y las religiosas de clausura, ¿qué? En el próximo artículo nos ocuparemos de ellas.                      

 

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

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