VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

8. LO NEGATIVO EN LA VIDA ESPIRITUAL

                      

 

                       En los tiempos actuales se han levantado multitud de voces de una y otra parte contra los moldes de la ascética antigua que, según dicen, cargaba demasiado las tintas en el aspecto negativo. La llaman la ascética del no. Sin embargo hoy los gustos van por otros derroteros, por lo positivo y por lo bueno espiritual y materialmente, por la amistad y ayuda al hermano, por el cultivo de las virtudes sociales, por hacer la religión más simpática y atractiva, por abrir los horizontes del goce de todo lo que Dios ha criado, porque todo es bueno, y hemos de esforzarnos por hacer participantes de los bienes de la tierra a todos los hombres. La misión de la Iglesia es redimir del dolor, dicen, no condenar a los cristianos a las mazmorras del sufrimiento. Ya está bien de padecer o morir, según mentalidades buenas, pero trasnochadas.

NADA PUEDE HABER NEGATIVO EN EL EVANGELIO

                                                                                                                 Vamos a tratar de orientar estos aires modernos hacia el norte del evangelio. "Dios es luz, y no hay en El tiniebla alguna" (1Jn.1,5). "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga vida eterna" (Jn.6,40). El sol está hecho para iluminar, y por eso en él no hay tinieblas. Las tinieblas están en la tierra cuando mira al lado opuesto, pero a medida que evoluciona, se va llenando de luz. Es cierto que Jesús habla de conversión al evangelio, urge la penitencia y la mortificación, amenaza a las ciudades impenitentes Corozaín y Betsaida. Propone la abnegación propia como condición indispensable para seguirle, y promete la vida verdadera a quien la pierda por seguirle (Mc.1,15;8,34; Mt.11,20). Es más se abrazó con el sufrimiento y la muerte; pero no para quedar aniquilado, sino para resucitar a una vida nueva que no tiene fin, para matar nuestra muerte eterna con la suya temporal, y cambiar en gozo divino y sin fin la mueca y caricatura de felicidad que ofrecen los placeres y bienes terrenos.

 

                       Se ha olvidado demasiado el hecho del pecado original, que no somos ángeles caídos del cielo, sino que nacemos hijos de ira, inclinados al mal, juguete de nuestras concupiscencias, que tenemos una ley en nuestros miembros que contradice a la ley del espíritu y que, como S. Pablo, no hacemos el bien que queremos, sino el mal que abominamos. Pero, ¿hemos olvidado todo este drama interior que se desarrolla en lo interior de cada hombre? Siendo esto verdad, la naturaleza nos enseña lo que tenemos que hacer. El agricultor comienza el cultivo de la tierra por la limpieza de piedras y de plantas dañinas. Después siembra, riega y abona la semilla. Quien edifica una casa, cava hondos cimientos, saca la tierra movediza y busca el piso sólido conforme a la altura del edificio que proyecta. Nadie intenta vestir un traje limpio en día de fiesta sin pasar antes por la ducha. Por supuesto estas operaciones de limpieza no llevan el sello de lo ridículo ni de la pérdida de tiempo, más bien merece el aplauso de la gente normal.

 

                       Cristo, luz del mundo, entra en los corazones oscurecidos por el pecado como el sol en la tierra, ahuyentando las tinieblas. Los cristianos en gracia son luz en el Señor según S. Pablo. No limpia la gracia y después ilumina, sino que, iluminando, limpia.

 

 

SI PRESENTÁRAMOS UNA RELIGIÓN

MÁS FÁCIL Y ATRACTIVA

 

                       No sería la de Cristo. Los sacerdotes seríamos charlatanes de feria. A la gente no se le puede engañar. Hay que presentar mercancía de calidad, aunque resulte cara. La gente seria busca tiendas formales, no ventas sobre una camioneta con altavoces y gritos estentóreos. Aquí cargará la gente ligera mantas de borra y pulseras de hoja de lata dorada. Allá ellos y los charlatanes.

 

 

                       Cristo ofrece la felicidad misma que goza con su Padre en el cielo, la que compró y nos compró, no con oro y plata, sino con su preciosa sangre. Y a precio de sangre se la hemos de comprar nosotros.

 

                       Hemos de tener presente que "la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (Gadium et Spes 13). S. Pablo no veía tan fácil y placentero su empeño de seguir a Cristo: Me esfuerzo por morir con Cristo para lograr la resurrección de los muertos (Filp. 3, 10). Yo corro en el estadio de mi vida cristiana no a la aventura, y soy púgil no dando puñetazos al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo tengo sujeto, no sea que alentando a otros yo quede vencido" (Rom.7,23; 1 Cor.9,24). "La vida cristiana, dice Pablo VI, exigirá siempre fidelidad, empeño, mortificación y sacrificio; estará siempre marcada por el camino estrecho de que nuestro Señor nos habla (Mat.7,13)” (Eclesiam suam 38).

 

                   La tristeza y la penitencia, el sufrimiento y la abnegación cristiana nunca tienen carácter negativo porque se viven en unión con Cristo empapados en el amor de Dios. Porque la tristeza que es según Dios produce un arrepentimiento saludable que nunca os pesará" (2 Cor.7,10). Bien lo sabía S. Pablo cuando exclamaba:"Estoy lleno de gozo, y reboso de consuelo en todas mis tribulaciones" (2 Cor.7,4).

 

 

HAY QUE VIVIR EL BAUTISMO Y LA MISA

 

                       ¿Qué significa estar bautizado? Pues tomar parte activa en la pascua del Señor. Es decir, morir y resucitar con Cristo todos los días y a cada momento. Yo diría a quienes tanto se acuerdan hoy de los prójimos, que si no quieren ser unos farsantes de feria, se han de mirar menos a sí mismos, a sus intereses y a sus comodidades. El amor propio destroza el amor al prójimo. S. Pablo en Rom. 6 lo explica muy bien: "Hemos sido sepultados con Cristo en su muerte para resucitar con Cristo a una vida nueva, libre de las concupiscencias y del pecado. De forma que los miembros de nuestro cuerpo nos sirvan de instrumento de santidad, como antes lo fueron de pecado”.

 

                       Y para eso vamos a Misa. Allí tomamos una lección de morir a nuestro egoísmo y resucitar para servir a Dios y a nuestros hermanos hasta donde llego Cristo, hasta la muerte de cruz. Lo realizamos con el corazón durante media hora, uniéndonos a los sentimientos de Cristo, a fin de salir fortalecidos para demostrar en casa, en el trabajo y en la convivencia humana que efectivamente tratamos de matar nuestro egoísmo, cosa que daría la sensación de resucitados en este cementerio maloliente de viciosos y egoístas. Pero, ¿somos signos o contrasignos?

 

                   Es posible que los que más gritan contra las suciedades y harapos que lleva colgando, a pesar suyo, la santa madre Iglesia, proceden a la hora de la verdad como esas personas que se ponen un vestido nuevo y se dan cuatro pintarrajos sin lavarse la cara ni ducharse el cuerpo, o sin quitarse la ropa interior. Para ser visto de lejos, está bien; pero, si se acerca uno a ellas, despiden un mal olor y se les notan unos tiznajos que asustan. Por eso en honor a la honradez hay que comenzar desnudándose el vestido viejo de Adán a tirones, “con todas sus obras que son la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, por las cuales viene la ira de Dios. Y nos hemos de vestir de Cristo que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento según la imagen del creador” (Col.3,5-10). Porque no podemos olvidar que todos somos Iglesia, y que la limpieza y suciedad de los hijos dan nombre a la Madre. ¿Estamos? 

 

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

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