6. PAPEL DE LOS RELIGIOSOS EN EL MUNDO
Muchos se preguntan en nuestros días: ¿Cuál es la misión de los religiosos en la sociedad actual? Podría hacerse la misma pregunta de otra forma: ¿En qué consiste la vocación religiosa? Para contestarla hay que partir de la vida pública de Jesucristo o de su misión apostólica, cuyos continuadores son los religiosos, juntamente con los sacerdotes y con otros cristianos que quieran seguir, fuera de la congregación religiosa, la vida apostólica de Jesucristo.
LA VIDA PÚBLICA DE JESUCRISTO
Jesús vino a traer una vida nueva, la de los hijos de Dios. Después del tiempo de Nazaret rompe con la forma de vida que había llevado, en un ambiente familiar y de trabajo; deja el camino del matrimonio, y de sus posibilidades en el ejercicio de puestos civiles y sociales, como los demás hombres, y se lanza a predicar una doctrina desconocida hasta entonces, presentándose como enviado de Dios. Permanece virgen y aconseja la virginidad por el reino de los cielos. Abre un nuevo camino a la vida humana. Ya no es sólo el matrimonio el que engendra hijos, porque ha venido para congregar en una familia universal a todos los hijos de Dios que andaban dispersos por el pecado.
Su matrimonio es superior, su amor es más espiritual y más universal. Su esposa es la humanidad entera, todos los hombres. “Estos son mi madre y mis hermanos: todo el que hace la voluntad de mi Padre”. Su familia, como su reino, no es de este mundo. Se extiende de uno a otro confín de la tierra. Engendra sus hijos por el agua y el Espíritu Santo.
Predica una nueva mentalidad sobre los bienes de la tierra, llamando dichosos a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los que padecen persecución por mantenerse fieles a Dios, a los calumniados por su nombre. Forma un grupo de hombres y mujeres con todos aquellos que invita a renunciar a sus bienes, con los que venden y dan su producto a los pobres; quienes dejan a su padre y a su madre por El y por el Evangelio. También les ordena que el que sea mayor se humille y obedezca al menor, y que se laven los pies unos a otros. Con todos estos intenta formar un ejército pacífico que lanza a la conquista de los hombres para el amor.
ENTRE ESTOS VALIENTES
ESTÁN LOS RELIGIOSOS
“Los religiosos cuiden con atenta solicitud de que, por su medio, la Iglesia muestre de hecho mejor cada día ante fieles e infieles a Cristo, ya entregado a la contemplación en el monte, ya anunciando el reino de Dios a las multitudes, o curando a los enfermos y pacientes y convirtiendo a los pecadores al buen camino, o bendiciendo a los niños y haciendo bien a todos” (Lumen Gentium 46). “Son símbolos vivientes en los que brilla con destellos más luminosos el admirable designio de Dios sobre la humanidad; son aquellas vidas que el Espíritu Santo ha suscitado desde el origen de la Iglesia y que, en virtud de una consagración total al Señor y de una inmolación integral de sí al servicio de Dios y de los hermanos, manifiestan a los ojos de todos lo que Dios espera de cada uno y lo que El prepara para todos: su reino de amor” (Pablo VI, Mensaje vocacional, 1971).
Los religiosos no tienen la misión de construir directamente la ciudad secular, esto pertenece a los simples cristianos, pero están destinados a ser ejemplo, luz y guía para los que la construyen, y ayudan a levantarla con sus obras de beneficencia y enseñanza, dedicándose a ellas sin discriminación ni fronteras.
LA ESPIRITUALIDAD RELIGIOSA
Pablo VI nos da las líneas maestras: “El religioso es un hombre apartado, separado, que no comparte la forma común de vida fundada sobre la preocupación del bienestar y de la prosperidad temporal; huye de lo que el mundo busca. Por el contrario, busca lo que el mundo rehuye: la penitencia, la pobreza, el recogimiento, la vida casta, la sumisión a los superiores. El eje de su vida es la oración, la búsqueda de Dios. Renuncia y amor son como el derecho y el revés de una hermosa tela. Por la renuncia al mundo, a sus placeres, a sus honores y a sus riquezas, el religioso ha allanado el terreno en su marcha hacia Dios. El amor es la cumbre, la perfección, lo que permanece, lo que le estimula y le atrae. Es lo primero. He aquí por qué se necesita reaccionar contra una tendencia moderna consistente en hacer pasar a segundo plano en la vida religiosa al coloquio con Dios, tanto interior como comunitario, así como el rito litúrgico y sacramental, para dar la primacía y la preferencia a otros fines humanos, buenos en sí ciertamente, y dignos de ser perseguidos, pero siempre dependientes del fin primario propiamente religioso que debe inspirar, penetrar y santificar todo lo demás.” (Pablo VI a Capítulos religiosos).
SU ENCARNACIÓN EN EL MUNDO
La encarnación del religioso en el medio ambiente donde vive, debe hacer presentes el espíritu y los fines de la Congregación. Necesita, por tanto, la misión de los superiores. Esta misión no supone una actitud pasiva y cómoda. Es un miembro activo de la comunidad, y la caridad de Cristo le apremia a mirar por la realización del apostolado de la Congregación con la misma exigencia que a los superiores, aunque en puestos distintos. Tiene el deber de buscar modos nuevos y eficaces, proponerlos a los superiores con humildad y responsabilidad, y desenvolverse con celo hirviente dentro del marco amplio de la obediencia consultando y dando cuenta al superior. Y este proceder no debe inspirarlo la timidez o la esclavitud, sino mirando por el éxito de su acción personal, que, por ser miembro de una comunidad apostólica, necesita la luz y la ayuda de los demás religiosos; a la vez que, de obrar por su propia cuenta, comprometería el nombre y la obra de la Congregación. Y por supuesto, lo más importante, porque la obediencia le conecta con la comunidad que indefectiblemente está influenciada por el Espíritu Santo.
Además es condición indispensable, decía Pío XII, “que el que quiere vivir para el Señor y servirle perfectamente, debe tener el corazón completamente desligado del mundo. Nadie (a menos que por obediencia y por el oficio que se le haya confiado en la Iglesia) goza de las comodidades de que este mundo abunda, ni toma parte en los placeres de los sentidos, ni se recrea en los goces que ofrece más y más cada día a sus adeptos, sin perder algo de su espíritu de fe y de su caridad hacia Dios. Más aún; el que se dejara llevar por esa laxitud de forma duradera, se dejaría insensiblemente de su propósito de santidad y se expondría al peligro de que, a la postre, el fervor de su caridad e incluso la luz de la fe se debilitaran hasta el punto de caer tal vez miserablemente del estado elevado al que había tendido” (Pío XII, 11-2-58)”.
Dios quiera que por estas líneas crezca algo más la luz de Cristo en su Iglesia despertando algunas vocaciones religiosas.