VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

10. VIRGINIDAD Y MATRIMONIO

 

               Se necesita seguridad en el caminar por la vida para realizarse plenamente. Las dudas frenan los ánimos y merman las energías para cualquier empresa. No es extraño que las Religiosas exijan de los ministros de la Iglesia, y con razón, la aprobación y los alientos necesarios para correr la aventura del servicio de Dios por el camino de la virginidad. Las inquietudes que deben inyectarles son las referentes a ser fieles a su consagración, pero nunca sobre el modo de vida que con claridad y libertad plena eligieron un día por amor a Jesucristo.

 

               La confusión y la incertidumbre siempre provienen del demonio. La paz y el gozo son frutos indefectibles del Espíritu Santo.

 

               No tratamos aquí de mantener una opinión, sino de afianzarnos en una verdad cristiana: La virginidad por el reino de los cielos y el matrimonio cristiano tienen su puesto respectivo en la Iglesia; es, por tanto, incorrecto oponerlos mutuamente o posponer el uno al otro, antes bien debemos apreciarlos y esforzarnos por vivirlos en plenitud cristiana.

 

LA VIRGINIDAD DE CRISTO Y DE MARíA

 

               Jesucristo es el Hijo de Dios hecho Hombre. Lo fundamental, lo principal y más importante, lo que da sentido y razón de ser a su vida humana es sin duda el ser verdadero Hijo de Dios y perfecto hombre al mismo tiempo. Pero en Cristo debemos considerar un aspecto secundario: el modo humano y social que adoptó para vivir entre los hombres. Secundario no quiere decir sin importancia, escogido a capricho, sino que pudo haber tomado otras formas, y que las que adoptó eran las más convenientes para significar y realizar su misión en el mundo. Estas formas humanas entran también dentro de la voluntad del Padre, y, por tanto, en los planes de la Encarnación. “Para que conozca el mundo que amo al Padre y que procedo conforme al mandato del Padre” (Jn. 14,31). “Pues yo hago siempre lo que agrada al Padre” (Jn. 8,39).

 

               La principal preocupación de Jesucristo fue su vivencia interior, su fidelidad e identificación con el Padre. Las formas externas, puesto que es el gran sacramento o signo de la presencia personal de Dios entre los hombres, serán en todo momento la señal del cumplimiento exacto de la voluntad de Dios. No podemos olvidar que la Iglesia desarrolla su vida en la economía de los signos y de los sacramentos. Hay que estar muy alerta a los signos de los tiempos por los que también habla Dios.

 

               Esta intimidad de Cristo y de María con el Padre se manifiesta a través de todo el evangelio. “El Padre y yo somos una misma cosa” (Jn. 10,30). “He aquí la esclava del Señor” (Lc. 1,38). “El Padre está en mi y yo en el Padre” (Jn. 10,38). “El Señor está contigo” (Lc.1,28). “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió” (Jn. 4,34). “Hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1,46). Todas estas citas iluminan la vida humana de Jesús y de María.

 

               Pero Cristo y María tuvieron unas dimensiones humanas: eran judíos, vivieron en Nazaret, fueron pobres, etc.; entre las cuales adquiere relieve e importancia excepcionales su virginidad. Según todo lo dicho anteriormente se abrazaron con la virginidad, no por capricho o casualidad, sino porque era la voluntad del Padre. No pudo pasar desapercibido para Dios tal detalle, siendo uno de los condicionamientos que más influyen en la vida de los hombres. Y sin duda Cristo escogió el celibato, no porque era esencial y absolutamente necesario para manifestar su misión de dar vida divina a los hombres, sino por ser el modo humano más conveniente, más significativo y, por tanto, más comprensible para los hombres. Era una nueva puerta que abría para la vida de Dios en la tierra. El camino del matrimonio, fuente de vida humana, ya estaba abierto desde el principio del mundo. Pero con la muerte y resurrección de Jesucristo comenzaba el camino de la vida sobrenatural de la gracia, la formación de la familia de los hijos de Dios, la que perdió el viejo Adán y restauraba el nuevo, Jesucristo.

               La virginidad de María proyecta igualmente sobre la naturaleza y misión de Jesucristo la misma claridad que su celibato. María está abierta solamente al Espíritu Santo y permanece antes y después del parto cerrada a los hombres. Lo que nazca de Ella tiene que ser exclusivamente el Hijo de Dios (Lc. 1,25). En su cuerpo, como en su corazón no cabe más que Dios. La Madre de Jesús debe ser como El. Con la intervención de un hombre hubiese quedado muy en segunda línea la actuación del Espíritu Santo en la nueva creación.

 

LA VIRGINIDAD ACERCA MÁS A CRISTO

Y A MARÍA  A TODOS LOS HOMBRES

 

               Jesús y María por su virginidad, no sólo no se alejan de los hombres, antes bien se acercan más, conquistando el título de padre y madre de todo el género humano, especialmente de los hijos de Dios que no nacen de la carne ni de la sangre, sino de Dios (Jn. 1,13). La generación de los hijos por caminos humanos hubiese puesto a Cristo y a María en una disyuntiva de preferencia muy comprometida entre los hijos engendrados por el Espíritu Santo y los nacidos por generación carnal. Y a su vez los no engendrados por la carne, ¿con qué derecho les llamarían padre y madre?

 

               El Corazón de Cristo, entregado de modo más íntimo y exclusivo, como pide la naturaleza, a una esposa e hijos carnales, limitada su libertad por las exigencias de la esposa, de las conveniencias y necesidades del hogar, y condicionado por un oficio, patria y determinadas relaciones sociales, hubiese quedado dividido y recortado en extremo. Sin embargo el celibato presenta al mundo el Corazón de Jesús tal cual es, Padre y Hermano de todos los hombres por igual sin discriminación de raza; “aquí no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo, libre, sino Cristo que lo es todo y en todos” (Col. 3,11). Por eso dice Pablo VI que “la caridad ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote” (Coelibatus Sacerdotalis 56). Con una familia humana hubiese quedado muy oculta e incognoscible su misión universal sin fronteras y sin aceptación de personas (Ef. 2,13-18).

 

               En efecto, el modo de proceder y hablar de Jesucristo fue muy distinto. En una ocasión le dijeron: “He aquí que tu madre y tus hermanos y tus hermanas están aquí fuera y te buscan. Y El respondió: “Quién son mi madre y mis hermanos?; y echando la mirada sobre los que le rodeaban dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque quien hace la voluntad de mi Padre ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mc. 3,31-35).

 

               De hecho en su vida pública rompe los muros que limitan su actividad apostólica, deja el trabajo y su pueblo, y forma un grupo de discípulos de entre los más pobres, por ser más numerosos y universales, a quienes exige como condición para seguirle dejar esposa, padres, madre, hermanos y casa por el reino de los cielos. “Lo hemos dejado todo”, le dice Pedro (Mt. 19,27; Mc. 10,28; Lc. 18,29-30).

 

Este tema continuará en artículos sucesivos.

 

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

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