El Señor quiere de usted ahora abandono en Él, vivir el presente sin preocuparse de más. Haga lo que hace en cada momento como si sólo hubiera eso que hacer.
Confía mucho en el Señor. Considérate siempre en sus manos. En cada momento hemos de pensar que el Señor nos mima y se complace en lo que hacemos. Y si Él está contento, ¿quiénes somos nosotros para pensar en otra cosa distinta?
Dices que estás abatida porque te ves tan ruin, “no tengo cara para ponerme delante de Dios ni de nadie. Así que de confianza, nada”. ¿No ves que toda esa frase está inspirada por el demonio? Creo que no sale de ti. Tu estado psicológico tendrá la culpa. Si hay algo que nos haga daño en la vida espiritual es la desconfianza. Supongo que será una prueba del Señor para purificarte. Tómalo así. La tristeza y la desconfianza son las dos armas con que el demonio derriba a los amigos de Dios; como cuando más se acercan a Dios se ven más miserables y lejos del ideal, con facilidad se hunden, mejor dicho, el demonio les hace ver la distancia, y les oculta la bondad y misericordia de Dios; como él no la puede percibir. Ojo con esa tentación de desconfianza. Nuestra confianza no se apoya en lo que somos, sino en lo que es Dios para nosotros. Ánimo, y repite muchas veces, con gana o sin ella “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”.
Pensar en hoy, cómo agradecemos al Señor. Cada día tiene su preocupación. No nos adelantemos al Señor.
No fuerce las cosas. Ore y espere.
Póngalo todo en las manos de Dios. Hay que desear siempre que se cumpla su santa voluntad, y es lo más seguro para esta vida y para la otra.
No hay que hundirse por nuestras miserias. Hemos de levantar la vista a lo alto como el que va a pasar un río para no marearse. Siempre a lo alto. Cuando Dios quiera tendrá misericordia de nosotros. Usted comience de nuevo como si nada hasta aquí hubiera hecho.
Tenemos obligación de hacer bien, pero no todo el bien.
Échate en manos de Dios, y Él se encargará de ti.
Hay que dejar (algún cabo) suelto para que lo ate Dios, pues si todo se arregla con nuestra prudencia y sabiduría ¿qué hacer queda a Dios?
Viva en paz en medio de tanto contratiempo. Mire mucho al cielo como el navegante que entre las olas de una gran tempestad está viendo el puerto de Salvación. Mire a Jesús subido al cielo, donde ya no hay oleaje ni peligros. Espere que le mandará el Espíritu Santo, que es viento favorable para llegar al puerto.
No creo que el Señor esté a gusto si todo el tiempo lo emplea en la tierra, siendo llamadas para dedicarse a lo del cielo.
Anímese a ser muy de Dios, a mirar al cielo y siempre, ni se fije en sí, ni en los demás, sólo en Dios, y no se equivocará.
No complique su vida con demasiado pensar y aspiraciones irrealizables. Viva al día, pero hágalo todo con perfección, pensando sólo en dar gloria a Dios y en santificarse.
Esforzarse en lo espiritual es mirar a Dios solo en el trabajo material por los hermanos haciéndolo lo mejor que pueda. En esta vida hemos de obrar sin ver, a oscuras, que es como se toca a Dios, con fe, con esperanza del cielo y con caridad que es limpiarse de todo lo que no es Dios.
Porque las cosas salgan bien según nuestro intento no debemos alegrarnos demasiado. Hemos de ver si se sigue gloria a Dios, porque esté debe ser el único motivo de nuestra alegría. Por tanto a esperar.
Sea muy prudente. Ore mucho, y no busque más que la gloria de Dios, y Él se saldrá con la suya.
Pensar menos en sí y más en Jesús y lo hacemos al revés. Sea sencilla y no enrede su vida. Hacer lo que se hace, pero con pureza de intención, de ahí el resorte: siempre por Dios, nada por los hombres, y mirando como la esposa enamorada al Esposo de su alma. Y por Él se pasa cuanto venga.
“Si el Señor es el protector de mi vida, ¿a quien temeré?”. En las aguas turbias no se refleja el cielo; en las cristalinas y tranquilas sí. “Los ojos siempre en el Señor, que El se encargará de que no tropiecen nuestros pies”. No hay que mirar al lazo, sino a Dios. No hay que mirar ni a derecha ni a izquierda, ni al P. Diego, sino arriba, “de donde me viene el auxilio”.