– Meditar con frecuencia en el ruego de Jesús al Padre y en su mandato: que seamos una misma cosa; unidad significada en la fraternidad sacramental y en la común misión que liga a los sacerdotes más que la carne y la sangre.
– Pides a Cristo todos los días la unidad y la caridad entre los sacerdotes, por ser el primer sermón que espera oír y ver el pueblo de Dios.
– Estás dispuesto a renunciar a todo, aún a la propia vida, por el cumplimiento de este ideal.
– Piensas siempre bien de todos los sacerdotes. Rechazas todo pensamiento malévolo, y te abstienes de juzgar a ninguno. Observas las reglas sociales de urbanidad y cortesía con todos ellos, como signo de caridad.
– Procuras hablar bien de todos, haciendo buenas sus ausencias, y defendiéndolos de posibles ataques o comentarios desagradables; e interpretando sus hechos y dichos con profunda benevolencia.
– Pides al Señor las humillaciones necesarias para mantener viva la caridad. Estás dispuesto al sacrificio de tus gustos, y aun de ideas geniales, o que consideras más convenientes, por conservar la paz y el amor entre los sacerdotes.
– Tienes hábito de servicio a tus hermanos posponiendo tus intereses parroquiales a los de tus compañeros.
– Cómo te portas con los de más edad y con los jóvenes. Te olvidas de ti para sintonizar siempre con ellos.
– Pones a disposición de tus hermanos tu casa, tu dinero, tus libros, tus experiencias y sugerencias pastorales.
– Te alegran más los triunfos y progresos espirituales de tu parroquia o los del pueblo vecino. Buena piedra de toque.
– Te esfuerzas por ser comprensivo con todos, aceptándoles como son, y no como tu egoísmo los querría.
– Te prestas gustoso a reuniones, convivencias, equipos de amistad y pastorales, saliendo del egoísmo y anquilosamiento parroquiales.
– Tienes hacia todos profunda estimación, aún más, auténtico amor, tan fuerte como el de Jesucristo.
– Sientes como propios los defectos y escándalos de tus hermanos; y, después de orar, sacrificarte y dar buen ejemplo, intentas corregirles con humildad, caridad y dulzura.
– En caso de disgusto o resfriamiento de la unidad, te consideras siempre el más culpable, por lo menos en no haberte humillado y cedido hasta el extremo.
– Te consideras mejor que los demás. Quieres ser el primero en todo. Huyes de las preferencias y distinciones de los Superiores para ser igual que tus hermanos. Eres víctima de los celos y envidias.
– Fomentas amistades y partidos entre los sacerdotes, excluyendo en tu corazón y de hecho a algún sacerdote.
– Sientes repugnancia hacia los cargos más bajos y humildes, y huyes de ellos.
– Podrías vivir la vida común, de alguna manera, y aun bajo el mismo techo. Qué dificultades encuentras dentro y fuera de ti. Son reales o inventos de tu imaginación y comodidad.