VENERABLE DIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ Sacerdote diocesano
VENERABLEDIEGO HERNÁNDEZ GONZÁLEZSacerdote diocesano

Mons. Juan Esquerda Bifet

Conocí a D. Diego Hernández y lo trate con relativa frecuencia  durante casi 20 años: 1956 – 1975. Ello fue debido a unos cargos de Director Episcopal y formador del Seminario de Lérida (1955-1967), catedrático de la facultad de teología del Norte de España con sede en Burgos (1968-1974) y Presidente internacional de la Unión Apostólica del Clero (1969-1982).

Los encuentros (una o dos veces al año) tenían lugar con ocasión de convivencias espirituales (por ejemplo, de Directores Espirituales), asambleas nacionales de la Unión Apostólica, tardes de Ejercicios, etc. El me llamó frecuentemente (de parte del Sr Obispo) para dirigir Ejercicios y convivencias para el clero o para los seminaristas de Alicante.

Mi impresión sobre su persona (que voy a resumir) es parecida a la que tenían de él otros sacerdotes que le conocieron. Después de su muerte (1976), he constatado el ímpetu  de su testimonio en muchas personas (hasta hoy).

Sus criterios eran siempre los de su Iglesia, citando con frecuencia los documentos del Magisterio (que él conocía al detalle). Manifestó siempre su amor y fidelidad al Papa.

La referencia a Dios era habitual y sencilla: gratitud, confianza, buscar la voluntad y palabra de Dios.

En su modo de hablar y actuar, siempre afloraba el respeto y la caridad fraterna, también y especialmente en momentos de sufrimiento y de humillaciones, ofreciendo siempre la comprensión y el perdón.

Sus conversaciones y conferencias eran una invitación a la Santidad, que presentaba como urgencia y también como posibilidad (señalaba los medios concretos, siempre para  ir llegando a la perfección de la caridad).

Era paternal al recibir a las personas defectuosas; a partir de esta comprensión, llamaba a más entrega, para corregir los defectos.

Tenía largos ratos de oración. Su actitud de humildad se manifestaba en los servicios humildes y en considerarse sólo un instrumento débil. Manifestó constante obediencia a los superiores, a los que, al mismo tiempo, hacia llegar lealmente su opinión con sinceridad y confianza (dispuesto a la solución).

El afán apostólico iba unido al desprendimiento de cargos y de lugares, dispuesto a servir en cualquier misión. Colaboro eficazmente al envío de sacerdotes jóvenes y ejemplares (hacia América latina). Su actitud habitual de pastor de almas basaba la aplicación concreta con mucho sentido práctico.

Vivía pobremente, sin ostentaciones ni propagandas, repartiendo lo poco que tenía entre los pobres y necesitados.

Transmitía un aire de serenidad, paz y equilibrio; aconsejaba aprovechar los sufrimientos para amar más a Dios y a los hermanos: callar y sufrir en paz para amar más.

Una de sus preocupaciones principales consistía en la formación de seminaristas y sacerdotes, empleando en esta tarea la mayor y mejor parte de su tiempo y energías, estudiando y preparando cuidadosamente los temas y prestándose generosamente al acompañamiento.

Colaboraba en la formación permanente de personas consagradas y de apóstoles laicos. Alentaba a los sacerdotes jóvenes a vivir en fraternidad para ayudarse mutuamente, también con la ayuda de la Unión Apostólica.

La celebración y adoración eucarística, junto a la devoción mariana, eran temas habituales, que iban acompañadas de su propio testimonio.

Su vida austera y sencilla aparecía en su modo de vestir y comer, sin descuidar la salud y practicando, al mismo tiempo, la mortificación.

Sus lecturas favoritos aparecían en sus conversaciones y escritos: Sagrada Escritura, -----, Sta Teresa, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila, el libro de la Imitación de Cristo.

Promovió (colaborando) en Ejercicios Espirituales  en ambiente de atención y silencio, también con la modalidad de dos semanas o un mes.

Hablaba con sinceridad, sin callar la verdad, corrigiendo cuando hacía falta, y respetando a las personas.

Mostraba una actitud de aprendiz, escuchando con humildad, y se condenaba siempre como aprendiz en la vida espiritual.

No mostraba nunca desanimo ni pesimismo, sino que su testimonio y sus palabras eran siempre de confianza. Invitaba a repetir con frecuencia la jaculatoria : “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”.

Oración de intercesión

Dios misericordioso,

que en tu siervo Diego, sacerdote,

nos has dejado claro ejemplo

de amor a Jesucristo y a la Iglesia,

trabajando sin descanso

por la santificación de las almas:

te rogamos que, si es voluntad tuya,

sea reconocida ante el mundo su santidad

y me concedas por su intercesión el favor

que tanto espero de tu mano providente.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

 

(Para uso privado) Con licencia eclesiástica.

 

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